EDITORIAL
Comienza la temporada de rendición de cuentas en las instituciones públicas, y con ella, el desfile de cifras, gráficos y discursos elaborados para proyectar una gestión exitosa. Sin embargo, muchas veces este ejercicio se limita a maquillar resultados para aparentar eficiencia, ignorando los problemas reales que persisten.
La rendición de cuentas no puede ser un trámite superficial ni una estrategia de autopromoción. Es un acto de responsabilidad pública que exige honestidad para mostrar tanto los logros como las dificultades que aún deben enfrentarse. Ocultar los retos no solo traiciona la confianza ciudadana, sino que perpetúa los mismos problemas que deberían resolverse.
Cuando este proceso se reduce a un espectáculo de cifras, las instituciones pierden credibilidad. Los ciudadanos no solo quieren saber qué se hizo, sino cómo eso impacta sus vidas y qué medidas concretas se tomarán para corregir errores o superar retos. Reconocer lo que falta por hacer no es una señal de debilidad, sino una muestra de liderazgo.
Es hora de transformar la rendición de cuentas en un ejercicio genuino que permita ajustes reales. Esto incluye identificar qué no está funcionando, tomar decisiones firmes y hacer los cambios necesarios en equipos, procesos y estrategias. La inacción no es una opción; es momento de pasar del discurso a los hechos y generar resultados que realmente beneficien a la población.
Si quienes están al frente de las instituciones no están dispuestos a enfrentar estos desafíos con valentía, tal vez sea momento de dar un paso al costado y permitir que otros lideren con transparencia y compromiso. La ciudadanía ya no necesita más promesas, sino acciones concretas. Es hora de actuar, más hechos menos discursos.
Manizales, diciembre 01 de 2024.