Opinion

Pensilvania: ¡SOMOS TODOS! (tercera parte) *

Conmovido, henchido de emoción, de rebosante alegría, de remozados entusiasmo, fervor por el devoto, patético regreso -harto de arrugas- a la apacible, perenne tierra amada ¡PENSILVANIA!; idílico lar paterno, retorno con un liviano equipaje colmado de nostalgias, de infantiles, dulces, recuerdos que impacientes atropellan la memoria en busca de salir a pasear conmigo, de un espacio relevante en estas desarticuladas,  evocadoras notas recordatorias que  reviven añoranzas, cuitas, pesadumbres, épicos tiempos pasados.

Maleta atestada de apasionados, ardorosos, delirantes, entrañables, eróticos, febriles, hipnóticos, irresistibles, mimosos, platónicos, tiernos, turbulentos amores, apegos, querencias de juventud, de rostros idolatrados de novias en agraz; de incondicionales compinches responsables de las indelebles, inmortales huellas labradas en lo más profundo, recóndito del corazón.

Remembranzas originadas, consubstanciales con nuestro mágico, solariego terruño que luego de desenterradas resucitan como por encanto, para reclamar ser repasadas, recapituladas, reconstruidas en sus originales escenarios naturales.

Gratísima, indescriptible repatriación que anímicamente nos predispone a refrescar, hurgar, escudriñar, rehacer el imborrable, indómito, marchito anteayer, unido a la recordación de los heroicos ancestros que amansaron, colonizaron, domesticaron, sometieron, vencieron la agreste, silvestre naturaleza lugareña. Grata, fascinante, espléndida, deleitable, irrepetible experiencia que, en cada viaje nos produce una sensación de milagroso alivio, optimismo, que recargan, renuevan el espíritu.

Territorio primitivamente poblado por los ariscos indios Pantágoras, descendientes de los Caribes, desalojados inicialmente, entre 1540 a 1550, por Baltasar Maldonado, enviado de Gonzalo Jiménez de Quezada y por Álvaro de Mendoza, delegado del Mariscal Jorge Robledo; avanzada sustituida en 1860, 300 años después, por un grupo trashumante de comerciantes, encabezados por don Isidro Mejía y Manuel Antonio Jaramillo, oriundos de Antioquia la Grande, arrieros que tras un camino más corto entre la señorial Salamina (Caldas) y el efervescente, vital puerto de entonces. Honda (Tolima), andaregueaban por los extensos baldíos.

Pioneros que, urgidos de un punto intermedio de descanso, rehabilitación, restitución de fuerzas, de pastaje para boyadas y muladas, para el logístico apronte de pertrechos, aprovisionamiento, se decidieron por la explanada donde hoy anida ¡PENSILVANIA!, allí levantaron las primeras chozas de paja, en el mismo sitio donde se ubica la plaza principal, paulatinamente habitada por amigos, aventureros, conocidos, culebreros, por la servidumbre.

Migrantes que, a punta de hacha, descuajaron las montañas, se atrincheraron y defendieron de las arremetidas de la desplazada ‘indiamenta’, cultivaron las feraces tierras, plantaron las semillas de pancoger. Patriarcal utopía materializada y bautizada: ¡PENSILVANIA!, como hoy se conoce.

Don Isidro Mejía formalizó ante Pedro Justo Berrío -Presidente del Estado Soberano de Antioquia-, la solicitud de creación legal del Corregimiento, que la concretó el decreto del 3 de febrero de 1866, marco legal que fijó los linderos y nombró inspector al precitado gestor.

Sucinto historial del origen de ¡PENSILVANIA!, que pasó a ser municipio el 18 de diciembre de 1872, reconocido -más adelante- como ‘La Perla del Oriente de Caldas’ -repito-, por su resplandeciente belleza natural, el ‘don de gentes’ que llevan en sus genes los raizales, además por sus atractivas, bellas, delicadas, exquisitas, hermosas mujeres; en síntesis, por la inigualable calidad humana de sus gentes.

Misterioso caleidoscopio humano, aunado a la mítica gesta, cuya tradición pervive, tutelada -años atrás- por los inimitables, insomnes: Juan B Escobar, Darío Ramírez, José Salazar, Rodrigo Ramírez (Gaspar), Libardo Hoyos, Fortunato Zuluaga, Ismael Ramírez, Alfonso Salazar, (fallecidos), por Carlos Ramírez Cardona, Gerardo Aristizábal y tantos otros, insospechados guardianes de la heredad, fortalecida -qué duda cabe-, por su ejemplo de vida, su cívica conducta, fuente inagotable de inspiración de contemporáneos y de las futuras generaciones de relevo.

Desprendidos, filantrópicos, generosos, inigualables, prevalecientes coterráneos que, con gran pericia, contribuyeron -como ninguno- a afianzar, enarbolar, poner en alto, la bandera ¡PENSILVENSE!; a sufragar el buen suceso de la causa ídem, a honrar el apelativo ¡PENSILVANEÑO!, que llevamos orgullosamente cosido a nuestro ser y utilizamos como carta de presentación ante el mundo -cada vez más fortalecida-, honrada por sus insuperables, superados hijos.

Resalto -entre ellos- a Luis Alfonso Hoyos y a Oscar Iván Zuluaga, como dirigentes políticos, alcalde, quienes, gracias a su impoluta, luminosa, comprometida gestión, llevaron a la soleada ¡PENSILVANIA!, a ser distinguida como el ‘Municipio Modelo de Colombia’.

Cometido duplicado por posteriores administraciones que por razones de espacio no destaco, no sin dejar de mencionar al actual, diligente burgomaestre, Jorge Orlando García que, junto al presidente el Concejo Municipal, Luis Alberto Franco, agencian hoy el progreso y , a cuya propuesta, la de adicionar al título que !PENSILVANIA! ostenta, la de Patrimonio Cultural Inmaterial del Municipio (según Acuerdo 28180516 de mayo de 2016), las ‘actividades artísticas y culturales,’ conexas a la Feria Exposición Equina, mediante Ordenanza, la de: “Patrimonio cultural de Caldas”, gestión acogida, aavalada, impulsada por el señor gobernador, Luis Carlos Velásquez,   hecho recientemente consumado. Ver ?

Acto en que el Gobernador hace entrega a la administración de Pensilvania, de la Ordenanza que declara la Feria Exposición Equina como “Patrimonio cultural de Caldas”.

Lamentablemente el festejo decembrino lo aguó el actual crudo, generalizado, largo invierno, que ha provocado en los colombianos, el cambio de estado de ánimo. A pesar de ello, este eclipsado, sencillo aplasta-teclas, debe agradecer los múltiples, inmerecidos, lisonjeros beneplácitos, felicitaciones -que agigantan mi ego- por la -para mí- plácida, halagüeña tarea de la reconstrucción histórica del memorioso, sosegado pasado de nuestro vergel de paz -único-; inalterable hábitat accidentado -a veces-.

A los anteriormente exaltados nombres, sumo al incomparable, decisivo cura párroco: DANIEL MARÍA LÓPEZ, nacido en la vereda El Pantanillo de La Ceja (Antioquia), el 17 de enero de 1865, fundador del corregimiento de San Diego-Samaná, donde murió a la edad de 87 años, hace 70 años (1952). Sus restos mortales reposan en el templo parroquial de la misma localidad; fundador -al parecer- de Florencia, Norcasia y Berlín, (municipio de Samaná). Sacerdote considerado el “Apóstol del Oriente de Caldas”, cuyos devotos fieles promueven el proceso de su merecida canonización.

A él se debe la llegada en 1905 a ¡PENSILVANIA!, de las Hermanas dominicas de la Presentación, y de los Hermanos de la comunidad de San Juan Bautista de la Salle, comunidades (ambas= que se volcaron sobre nuestra tierra, con lo mejor elementos, de su cultura y su fe, para dirigir y tutelar la Normal de Señoritas y el Colegio San Rafael, rebautizado en 1924 como, Colegio San José, transformado luego -ley 122 de 1948- en el ‘Colegio Nacional del Oriente de Caldas’, cuya primera, icónica promoción de bachilleres, se graduó en 1954, desde entonces, ininterrumpidamente, lo hicieron hasta 1975, fecha de su retiro. Desinteresada, inagotable, ilimitada, invaluable, sacrificada obra misional -sin parangón en la historia de nuestro aristocrático terruño- comunidades que dignificaron, promovieron a sus incontables discípulos entre los que me cuento.

Posta que, sin solución de continuidad, llevan adelante nuevos, desvelados apóstoles de la educación, representados por la actual rectora, la ilustre paisana, Mery Rocío Gonzáles Santa, que este año (1922) entregó a la sociedad, la 68ava promoción de bachilleres, para un gran total de 3624 graduandos. Hito que marca un antes y un después en la dilatada historia de nuestro admirado pueblo -sin par-. Cantera de iluminados profesionales -de postín-, en los milenarios saberes, que han dado, dan y darán lustre a nuestra glorificada ‘patria chica’.

No podrá decirse que en ¡PENSILVANIA! todo tiempo pasado fue mejor, tomado en cuenta a los muchos que llevan al cenit la enseña del bienestar del paisanaje, valores humanos que no relaciono desde este insignificante púlpito, por temor a dejar a alguien por fuera.

Vanguardia de pintores, poetas, escritores, de florida imaginación, cuya fértil, original, pudorosa, tersa prosa, se deleita, disfruta con fruición, la que se encuentra consignada, recopilada en barrocas, gloriosas páginas de la vasta obra producida por la pléyade de autores pensilvenses. Indescriptible, inimaginable fiesta de los sentidos que nos retrotrae, traslada -en el tiempo- a la lejana, esquiva niñez, al linajudo nido, del que se enamoran -al instante- los indistintos forasteros, peregrinos, visitantes.

Caso del escritor y estadista, Marco Fidel Suárez -nacido en Bello-Antioquia, el 23 de abril de 1855; fallecido el 3 de abril de 1927, en Bogotá-; expresidente que dejó constancia de su honroso paso por la para él culta ¡PENSILVANIA!, según el libro que en forma de diálogo se conoce con el epígrafe de: ‘Los sueños de Luciano Pulgar’, tenido como un clásico de la literatura colombiana, ‘Dueños’ (173) publicados en el suplemento literario del diario, ‘El Nuevo Tiempo’ de Bogotá, entre el 10 de marzo de 1923 y el 9 de marzo de 1927. El primero circuló el 11 de marzo de 1923 y el último, «El sueño del Padre Nilo», fue escrito semanas antes de su muerte.

Analistas sociales admiradores de los pensilvaneños, coinciden en que estos están dotados -la mayoría- de “un sexto sentido que con altura de miras les ha permitido apreciar el mundo”; lucidez que les viene “por generación espontánea -concluyen- de sus antepasados”, lo que les ha permitido -arguyen- “resistir las embestidas de la violencia política”, contrarios a los amnésicos, cegatones, sectarios enanos, que la interpretan bajo las luces cortas de la ideología (ídem). Recalcan que, mientras los primeros miran -poéticamente- la luna, los precitados, cortos de vista -quizás-, miran el dedo que la señala.

Este agradecido escribidor lasallista -aburrido seguramente-, de la promoción de 1961, rememora, emocionado, en este autobiográfico, coloquial recuento -con olor a naftalina-, su estadía en el Colegio que lo desasnó y dispensó herramientas de vida. Inolvidables momentos que al repasarlos nos dejan sin aliento y que a semejanza del libro: ‘Confieso que he vivido, del imperecedero, estupendo Pablo Neruda, nos apremia a seguir huyéndole a la pelona.

Constancia de vida y de la otra -la soñada-, arraigadas en la memoria que, con un halo de sana confianza, nos incita -en nuestra ya ajada, impaciente, provecta existencia crepuscular- a desandar los ebrios, íntimos, llameantes caminos de antaño -color rosa-, recorridos bajo la azulada, infinita bóveda del cielo, las claras, cómplices, estrelladas noches, alumbradas por románticas lunas-llenas. Con lenguaje llano, raso, recojo dichas inmanentes, rutilantes vivencias, no sin anticipar, puntualizar, que no se puede recordar lo que nunca se ha vivido.

‘La historia -huelga decir- es maestra de la vida’, decían los antiguos. Encantadores, emocionantes sucesos de los que afloraron espontáneos, armoniosos, coloridos, irrefrenables sentimientos de fino lirismo; realismo mágico desatado, impulsado por la cosmopolita ¡PENSILVANIA!, de donde partimos cargados de anhelos de triunfo, ensueños, ilusiones.

Deseos adobados con los delicados, memorizados sabores de la cocina de la abuela, la fragancia de la campiña, de las estancias paneleras, el perfumado ambiente saturado por los multicolores jardines, el azahar de los mandarinos y naranjos, bañados por las cristalinas, cantarinas, frescas aguas, alegrados por el trino de los pájaros, el susurro de los ríos, adornados por las ariscas, castas, esculturales, escurridizas, lindas, pizpiretas, refinadas jovencitas en flor.

Rejuvenecida tierra de promisión, donde cada regresar es un renacer, un goce espiritual, una imaginaria, inenarrable, irrefutable orgía de los sentidos; un baile de mariposas multicolores que, implícitamente, nos retornan a la cálida, diáfana, dichosa infancia, seguida de la altiva, fogosa, impetuosa juventud -flor de un día-. Escenografía que enmarcó, influenció nuestro fugaz, impredecible destino, que como llegó, clamoroso, sollozante se fue exclamando hoy: C’EST FINI. CONTINÚA

* Por: Mario Arias Gómez.

Bogotá, D.C., diciembre 17 de 2022.

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