No me regocija registrar que las marchas convocadas por el presidente Petro -al que ayudé a encumbrar- en apoyo de la reforma -entre otras- de la salud, no hayan resultado -para su disgusto- multitudinarias cómo aguardada, tampoco concitaron el eco, ni han tenido la resonancia esperada, por el contrario han generado profusa controversia, ruido, enconados desencuentros con un grueso de colombianos que imploran que la luz llegue no solo al cerebro de Presidente, sino a los congresistas, a efecto que -sin abdicar del mandato popular conferido- dejando de lado los egos, los intereses personales y políticos, el orgullo -pensando solo en el bien del país- los ilumine, incite a repensar el proyecto, recordando que de la carrera no queda sino el cansancio.
Lo cual implica acoger, no lo que exige, reclama a gritos “la calle”, sino lo que razonablemente, luego de sesudos análisis y estudios de expertos salubristas, de filtrar las crecientes críticas, la tacha de inoportunidad de algunos puntos, de consensuarlos. Reforma que, definitivamente, no ha cuajado, fehaciente prueba, demostrativa que el imaginario, pregonado respaldo no es tan claro, arrollador, conclusión que brota de la anémica, inesperada, preocupante presencia en favor de la ciudadanía.
Marchas que introdujeron una sutil presión popular, que sin duda buscó apremiar la aprobación por parte de la fauna del Congreso. Tira y afloje que Impensadamente tocó, lastimó al Gobierno, quedando en evidencia que el apoyo no es tan nítido, razón de la comprensiva insatisfacción demostrada en el enrabietado, polarizante discurso del martes. No le cae mal -al respecto- al presidente Petro, un toque de humildad que le otorgue lucidez, fuerza, valor, que ayudan a lo que los estudiosos llaman -pomposamente-: “sentido de Estado”.
Viene al caso lo expresado hace 2,500 años por el filósofo chino, Confucio: “gobernar es rectificar”. Enseñó igualmente Immanuel Kant: “La inteligencia del líder se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”.
Postulados lejanos del descabellado, volátil Estado de opinión, del pensamiento único, fase superior del Estado de derecho, que orientó, intentó imponer el oportunista Gobierno -para el olvido- que presidió el innombrable; orate que, mientras articulaba las marchas en contra del presidente Petro, corrió -calculadamente- a darle el edulcorado, estrambótico, fingido, hipócrita abrazo del oso, soportado en que ‘solo los idiotas no cambian de opinión’,. Con amigos así.
Giro copernicano, causa del desánimo, desaliento, malestar, zozobra de los petristas de corazón, evidenciadas por las avarientas, parcas marchas, como por la alarmante, prematura caída en la aprobación, la diezmada imagen, popularidad, rastreadas por los sondeos de ‘Invamer Poll’.
Abrepuertas, parapeto publicitario de la compaña en ciernes; prospectivo escenario que tiene los reflectores enfocados a la luz del inocultable descontento social, de los ascendentes, viejos padecimientos de la comunidad. Caldero en erupción, atizado, condimentado por fanáticos antipetristas, de plácemes por el desencanto (precoz), fruto de los insólitos encuentros del presidente con el demonizado “irremplazable”, concurrentes -probablemente- para darle el beneficio de la duda, con la parálisis de la Comisión contra la impunidad, la megacorrupción que ahogan a Colombia.
Manera de acallar los empolvados expedientes contentivos del cúmulo de delitos de lesa humanidad que acosan al antediluviano, desalmado, despiadado innombrable, cuyas víctimas y deudos llevan décadas reclamando su expiación como póstumo descanso, satisfacción.
Insoportable, oprobiosa impunidad, acrecentada por sus operadores, los errantes lamesuelas, Fiscal y Contralor, subproductos -como el figurón Iván Duque- del santón del Ubérrimo.
A costa de volverme tedioso, monótono, reitero el compromiso del Gobierno con la susodicha Comisión que escudriñe los icónicos actos de corrupción del apestado, embustero Fiscal General, de su consorte, la excontralora delegada para medio ambiente; la del intrigante, minúsculo, leproso moral, Felipillo Córdoba, fiduciario de una desmedida ambición, codicia, cuyo ego sobrepasa -largamente- su baja estatura; pendiente por justificar su presunto, escandaloso enriquecimiento ilícito, reflejado por la faraónica chocita destapada por ‘El Espectador’: https://www.elespectador.com/investigacion/las-inconsistencias-en-la-permuta-de-una-casa-en-pereira-que-envuelven-al-contralor-carlos-felipe-cordoba-y-a-su-esposa/
Esquema de corrupción -el más grande en la historia de la Contraloría- aquí resumido https://pbs.twimg.com/media/FWyZ197X0AEWnDw?format=jpg&name=900×900.
Nada se movía contractualmente en la Contraloría sin el visto bueno de su trepadora barragana, instalada en la oficina contigua al despacho del enano; experta en empresas de papel, acreditadas en Manizales, donde proveía equipos de computación; experiencia puesta en práctica en la Fiscalía y Contraloría. Caja de Pandora de esta multimillonaria pareja, a la que nada la detuvo, ni hubo quien la rondara.
Y qué decir del aberrante, concertado abuso de poder, cometido por esta criminal pandilla, referido al emblemático, recíproco intercambio burocrático materializado con las esposas, con patente violación de principios constitucionales, pendiente de investigar y juzgar por el Congreso, dado que la renuncia no puso fin a la delictual conducta. Histórico insumo para la CIJ, antes que prescriba.
Legado de estas abusivas, engoladas, reprochables medianías -con antecedentes no muy limpios- cincelada en piedra; malandros que degradaron, profanaron los entes tutelares de Control.
Inocultable accionar, informado sesgadamente, con sordina, distorsionado por el apático, descastado, desquiciado, negligente, retorcido reptiliano, languideciente catadura moral que, luego de exhibir -sin pudor- la banda delincuencial, alucina con ceñir la banda presidencial. “Si Iván Duque, con su incompetencia, mediocridad pudo, por qué no yo, dice”, para ello cuenta (agrega) con el ganapán del Ubérrimo. Ganapán: hombre rudo y tosco, palabra que se remonta al siglo XIX.
Coludido pelele al que no le tembló la mano para sus putrefactas acciones, hoy tiembla, rehúye sus responsabilidades. En vez de ser castigado como corresponde en un Estado de derecho, espera que el paso del tiempo haga lo suyo, diluya, esfume, empobrezca el recuerdo.
Espera que el populacho -falto de memoria- lo indulte, el mismo que lo padeció y que olvida quien lo hizo padecer. Súmese el estruendoso silencio, incuria de los jueces; falencias que se estrellan contra el muro de la indiferencia social.
Lo notable frente a los graves, irreparables daños y perjuicios irrogados al país, a la institucionalidad, es que estos autócratas siempre mueren. Termino, no sin referirme a la igualmente lánguida, portátil, camuflada, remunerada marcha furibista, precedida de más de ochenta exasperantes, aciagos bloqueos -a lo largo y ancho del país- de carreteras por causas indistintas, con ingentes repercusiones sobre la economía, costo de vida, movilidad.
Verdad -monda y lironda- que duele, pero que hay que propalar, venga de donde venga.
* Por: Mario Arias Gómez.
Bogotá, D.C., 18 de febrero de 2023
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