Opinion

AQUÍ PENSANDO

Por: Cristina Otálvaro Idárraga-Abogada; Conciliadora en Derecho; Especialista en Gestión Pública, en Derecho Constitucional y Parlamentario y Derecho de Familia; Magister en Políticas Públicas.

La labor de los alcaldes para demostrar su gestión ante sus paisanos no es fácil: actualmente los municipios cuentan con un presupuesto propio y del nivel nacional, pero los primeros casi siempre son exiguos y los de la nación llegan con destinación específica, por lo tanto, para propiciar desarrollo en sus territorios, a los administradores municipales sólo les queda gestionar proyectos de inversión ante el gobierno nacional.

Sin embargo, pocos gobernantes se han visto como el expresidente de la República Juan Manuel Santos, quien podrá evaluarse como se quiera, pero durante su mandato se distribuyeron suficientes recursos para todas las entidades territoriales del país, sin importar la categoría del municipio o la procedencia política de su mandatario.

Desafortunadamente, los ciudadanos calificamos como buen o mal alcalde a quien lleve a cabo o no obras públicas y a eso hemos reducido su gestión. Nunca nos fijamos en el manejo acertado de las finanzas municipales, por ejemplo, ni tenemos en cuenta los indicadores que evalúan sus administraciones o el trabajo social, deportivo o cultural que realizan.

Eso sí, cuando se ejecutan las obras gestionadas ante el nivel nacional, somos perspicaces y veloces para desacreditar su gestión comentando que se trata de un deber gubernamental. No nos detenemos a pensar en todas las veces en las que el alcalde se desplazó para buscar el apoyo, en las veces que le devolvieron el proyecto porque el formato no cumplía con los requisitos, porque el certificado cuando ya iba a ser aprobado el proyecto ya estaba vencido o porque debía ir con la firma de todos los secretarios.

Los proyectos nacen en el plan de desarrollo que se aprueba al inicio de cada mandato. Por lo tanto, los actuales alcaldes municipales ya tienen aprobada su hoja de ruta desde mayo del año anterior. Justo por los días en los que comenzó la pandemia: lo que no sólo retrasó, en muchos casos, su aprobación, sino que dejó a los mandatarios manicruzados todo el año 2020 y parte del 21, teniendo en cuenta que no es fácil comenzar y definir una administración con estudios y diseños de proyectos a través de plataformas digitales, sumado a un gobierno nacional que asegura estar desfinanciado.

Este año les ha tocado buscar en sus propios recursos la manera de hacerse visible ante la ciudadanía, a pesar de que la pandemia ya ha pasado a un segundo plano. Asimismo, les ha tocado lo propio a los congresistas: buscar que el gobierno apoye los proyectos para cada municipio radicado en los ministerios y así darles una mano a los alcaldes, mostrando su gestión ante la llegada de las elecciones parlamentarias.

Mientras unos y otros buscan la forma de ayudar a sus territorios y sus comunidades, los ciudadanos seguimos pensando que nuestros mandatarios no sirven para nada, que “calientan puesto” como se dice en el argot popular.

No vemos que esto no es solo querer, es además una unión de voluntades: Deben confluir los funcionarios municipales para acatar las instrucciones de los alcaldes, el alcalde para radicar y “patinar” los proyectos a nivel nacional, los funcionarios del nivel nacional para darle viabilidad a los proyectos, el presidente de la República para que se asignen los recursos a todos sin ningún distingo, los que aprueban los proyectos para que estos se lleven a convenios y, de ahí, que los recursos lleguen a los municipios. Esto en términos generales y sin entrar en minucias. Ahora, ¿entendemos por qué la alegría y la difusión cuando uno de estos proyectos se aprueba para el territorio? Ahí es cuando nos damos cuenta, ¡qué inconformes somos!   

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