Por: Mario Arias Gómez.
Gloriosa, sagrada patria chica, caleidoscopio, en el que en este alborozado, apretado, macondiano recuento, confluyen el pasado suceder y el presente protagonizados por sus fachendosos hijos, raizales y adoptivos, que llevamos el inconfundible, hipnótico gentilicio de pensilvenses que, nos estremece cada vez que, pletóricos, lo utilizamos como carta de presentación en cualquier lugar del globo donde fugazmente nos encontremos.
Gentilicio universalmente entendido como sinónimo -que lo es- de grandeza, distinción, superación, prenda de garantía, que ipso facto despierta una indescriptible, íntima, efervescente emoción, frenética euforia, excitación que brotan a borbotones de lo más profundo del corazón, junto a afectuosas, perdurables pasiones, caros sentimientos por el amado terruño que barrunto sin embelecos retóricos, que nos incitan a entonar -al instante- el ‘Salve tierra, donosa y fecunda’ de su himno.
Como Diógenes con su linterna en Atenas, con regresar a la antedicha, añosa, cosmopolita ¡cantera del saber!, salgo anhelante, expectante en busca de los pretéritos, imperecederos, envejecidos rostros -como el de este humilde escriba- de los dilectos, entrañables condiscípulos, con los que compartí ardientes, fogosos, imborrables, inolvidables, inéditos momentos de mi vida.
Iluminados, impetuosos recuerdos que arden como fuego en nuestra impulsiva, inquieta alma de niño que todos continuamos llevando -unos más y otros menos- a lo largo de la existencia; esencia y espíritu en nuestro raudo, eterno trasegar por el mundo.
Pero dado que, básicamente, el tema que nos congrega y ocupa es el educativo, me propongo echar una mirada retrospectiva, a efecto de hacer un bosquejo – seguramente incompleto- que con la pomposa inauguración de la confortable, moderna sede del rebautizado (decreto 37 de 1985) “COLEGIO INTEGRADO NACIONAL DEL ORIENTE DE CALDAS”, otrora: “COLEGIO NACIONAL DEL ORIENTE DE CALDAS” cierra con broche de oro.

En gracia a la brevedad, parto del final del siglo XIX, consonante con el nacimiento el 3 de febrero de 1866, del Corregimiento de Pensilvania, a iniciativa -entre otros- de don Isidro Mejía y Manuel Antonio Jaramillo, instituido legalmente por don Pedro Justo Berrío, en su condición como presidente del Estado Soberano de Antioquia, quien designó a su vez como primer Inspector al citado, Isidro Mejía, elevado luego a municipio, el 18 de diciembre de 1872.

Punto en que paralelamente ocurre la presencia regular de abnegados, auténticos maestros, consagrados -plenamente- a la ardua, sacrificada tarea de formar hasta el presente a las indistintas generaciones. Esbozo que por motivo de espacio inicio con don Ezequiel Gaviria Tobón (aguadeño), casado con María Manuela Londoño Llano, nombrado el 12 de abril de 1871 como director interino de la escuela de niños de ¡PENSILVANIA!, renunciando un año después -16 de marzo de 1872- hace 151 años.
Antes de la transcripción de la histórica carta de renuncia, recuerdo que Gaviria Tobón, en 1881 fungió como alcalde y entre 1887 y 1888 fue parte de la junta de caminos, impulsora de los icónicos puentes de arriería sobre el río Pensilvania: el de la salida a Manzanares y Honda (antigua zona de tolerancia), destruido por una avalancha, otro, el de ‘El Bosque’, camino a Marulanda, en servicio todavía, perennizado como artesanía por la Fundación Piamonte.

Unos más: el puente de la quebrada ‘El Centro’, camino a Samaná, Nariño, Sonsón; el de la quebrada San Lorenzo, camino a la ‘Quiebra’ (San Daniel), el del camino a Arboleda en el Líbano, sobre el río Qebradanegra; el de Riodulce cerca a Playa Rica. El maestro de obra fue: ASICLO GUTIÉRREZ.
El nombre de don Ezequiel Gaviria, tomó relevancia a raíz de la elección de su tataranieto, César Gaviria Trujillo, en 1990, como presidente de la República de Colombia.
El país acumula -desde entonces- la deuda -sin saldar- con el ninguneado sector educativo, sumido en el olvido, la precariedad que desde entonces padece, Inmemoriales carencias, escaseces, penurias que la renuncia en comento descarnó, hizo un fiel, veraz retrato, confirmadas, diagnosticadas a través de los tiempos: Estas las más relevantes:
Deficiente capacitación, idoneidad, valoración de los instructores, la marginalidad, la ausencia absoluta de la meritocracia en el ingreso al sector. La deplorable, ruinosa, inadecuada infraestructura -inexistente en muchos lugares-, la falta de logística, de un enfoque multidisciplinario, especialmente en la periferia, en el campo. Sueldos de miseria; la excesiva carga académica como el exagerado cupo de alumnos por docente; la pugnaz politiquería; la erosionada credibilidad, desviación en muchos casos de la vocación misional; falta de institucionalidad y un largo etcétera, todo lo cual es apenas la punta del iceberg.
Sector que, más allá de embelecos retóricos y discursos vacíos, requiere de soluciones concretas, tangibles que aseguren, en tiempos del internet, una conectividad confiable, eficiente, que llegue sin interrupciones; implementar en las regiones apartadas las aulas itinerantes, las emisoras comunitarias y otros medios modernos, con los mayores estándares de calidad, de pertinencia, sin discriminación; males endémicos contemporáneos.
Esta la carta-radiografía:
“Pues como yo carezco, aunque no absolutamente, de las dotes que se necesitan para desempeñar tal empleo; y como yo acepté el cargo de la honorable Corporación del Distrito de Sonsón solo entretanto, y para cimentar la escala de la educación, [en la] entonces incipiente fracción y sufriendo hoy mis intereses con el expresado encargo, pues su pequeño sueldo comparado con las fuertes tareas por los muchos alumnos, lo pequeño del establecimiento, la escasez de útiles y ningún mobiliario, junto con el gasto que demanda una numerosa familia, exijo de la Honorable Corporación se digne, en vista de mis razones expuestas imperiosas y justas, y cumpliendo con las facultades que os son delegadas por el inciso 1° Art. 11. capítulo 5° del Decreto orgánico de instrucción pública del E. que accederéis a mi justa solicitud.
El término que continuaré en ejercicio de mi empleo solo será el resto del presente mes, quedando el establecimiento vacante en interinidad del día 1° de abril en adelante.
Este término os es conveniente para que en él penséis el que debe ser nombrado interinamente, pues una barca como la educación de la juventud, que flota en un mar oscuro y de olas tenebrosas, no cualquier piloto la salvará del naufragio.
Fdo. Ezequiel Gaviria”
Reitero: Si algo ha distinguido a ¡PENSILVANIA!, en el ámbito nacional, es su liderazgo en el campo educativo, gracias a personajes como don Urbano y Marco Tulio Ruíz, Bernardo Herrera Salazar -entre otros-; principalmente por la labor de los Hermanos Cristianos de La Salle -llegados en 1905-, fundadores del colegio San José, y un año después -1906- de las Hermanas Dominicas de la Presentación, que se pusieron al frente de la Normal de Señoritas.

El gran artífice de la educación en ¡PENSILVANIA! fue el presbítero, Daniel María López, nacido en La Ceja-Antioquia, el 17 de enero de 1865, quien pasó en el oriente de Caldas, la casi totalidad de su vida sacerdotal, sirviéndole a la comunidad, especialmente a la campesina. Durante 15 años (1917-1932). ejerció como párroco de Pensilvania, a quien se le debe el arribo de las precitadas comunidades, Sus restos humanos -camino de la beatificación- reposan en la iglesia del Corregimiento de San Diego-Samaná.

Imposible no exaltar -en este memorioso relato- la aventajada, mítica, excepcional, primigenia, prístina, sobresaliente figura del Hermano Martín (Manuel Ochoa), nacido en Riosucio-Caldas, miembro de la eminente comunidad Lasallista, a quien no le quedan grandes -de seguro- los merecidos adjetivos: célebre, clarividente, coloso, distinguido, excelso, gigantesco, ilustre, sublime, visionario, personaje que como rector se empeñó en la aprobación oficial del Colegio, alcanzando -sin duda- el paraíso de los ‘inmortales’, a quien ¡PENSILVANIA! le debe un monumento en bronce en el que está empeñado el ilustre adalid: GERARDO ARISTIZÁBAL ARISTIZÁBAL -con mayúscula sostenida-.
Apóstol que fue -el Hermano Martín- un destello de luz que, en un rapto de genialidad, de grandeza crepuscular, su legado ilumina, maravilla aún, desde 1954, en que pervive, ininterrumpidamente, su obra, reencarnada en cada promoción de bachilleres que el Colegio le entrega anualmente a la sociedad, y que a la fecha suman 3.698 graduandos. CONTINÚA
Junio 16 de 2023.
