Opinion

Ya no hay reversa *

TOMADO DEL PERIÓDICO LA PATRIA

Fecha de publicación: Jueves, Febrero 24, 2022

La actividad política de las últimas semanas, ha sido febril, pobre en argumentos, llena de insultos, episodios vergonzosos y grotescos. La política ha sido convertida en un espectáculo deprimente y vulgar, con el que muchos quieren hacerse a puestos burocráticos, creyendo que es en la forma en que devasten y manejen desinformación y dinero, como pueden redimir sus candidaturas, sus ansias de poder, diciendo que defienden ideas que no tienen.

Las campañas han estado candentes. Las hay cínicamente desmemoriadas con sus antecedentes; otras prometen nada para cumplir menos. No pocas se han centrado en atacar al oponente, como argumento único para justificar su participación. Hemos llegado a límites insospechados de cinismo y desvergüenza, que producen una sensación que parece chistosa, pero que es amenazante, con opiniones que, por son superficiales, tontas y estúpidas dan vergüenza ajena.

No importan los programas con los que se quiera corregir el rumbo al que hemos sido sometidos en los últimos 20 años, pero especialmente en el último cuatrienio, con un títere, que lleva el país al desfiladero, acompañado por las entidades que no cumpliendo con su labor constitucional de controlarlo, se le unieron para hacer una parodia de una dictadura disfrazada de democracia, en la que impera la violencia, la violación de los principios democráticos, la imposición de acciones que solo se ven en países totalitarios, considerado al ciudadano como enemigo; la sociedad no importa y los problemas de la gente no tengan respuesta, porque se roban los dineros públicos con lo que  se podrían pagar las soluciones reales que la comunidad necesita.

El abanico de los candidatos está conformado por un ramillete de inescrupulosos con muchos cuestionamientos públicos, carentes de vergüenza, en un país en el que “ser pillo paga”. Ellos vuelven con sus visitas a la gente que nunca les importa, para seducirlos con mentiras, mercados, regalitos y dinero, en un país en el que comprar votos es una costumbre que dan por normal.

Esas formas de hacer política producen la entronización de la pobreza absoluta, la falta de solución para los problemas, la ejecución de planes de gobierno, con una policlase más preocupada por el enriquecimiento personal, que por el bienestar general.

En una democracia de verdad, la vida es el principio rector de todos los actos públicos y de los privados que se le suman; la preocupación por los desfavorecidos. Esa norma obligatoriamente debería aplicarse para justificar los costos inmensos que tiene la función de un Estado ineficiente, indolente, selectivo, inoperante y descaradamente cínico.

Colombia no resiste más este desbarajuste institucional, esta falta de escrúpulos de los dirigentes, la deshonestidad de las mayorías de la clase política. Estamos frente a la única posibilidad real, si el establecimiento no comete actos de terrorismo, de enfrentarnos a una clase política renovada, preocupada por los destinos del país y de sus habitantes, sin que puedan robarse los dineros del Estado, ni “abudinearse” los recursos públicos, para llenar las cuentas de sus amigos y favorecidos.

Tenemos que cambiar este rumbo, comenzando ahora. Pensar en la federalización con unidad nacional, y descentralización política y administrativa. Tenemos que hacer que los congresistas ganen por sesión trabajada y presencialidad real, paguen su seguridad social y no tengan dineros para gastos de unidades legislativas, que terminan en sus bolsillos.

Además de eso, tenemos que controlar a los que nos gobiernan y también a los que nos controlan, con entes imparciales, cumplidores de sus deberes constitucionales; entidades que no se amangualen con el que deben controlar, para que haga lo que quiera. Debemos acabar con el Consejo de Estado, convertido en fortín político. Darle mate al Consejo Superior de la Judicatura, instrumento de politización y malas prácticas en la justicia.

En fin, tenemos que hacer verdadera la independencia de los tres poderes, sin que se deban favores con los que se paguen entre ellos, con impunidad y deshonra. Pero, sobre todo, tenemos que priorizar el cuidado de las personas, para que comencemos a acabar con esta Colombia de brechas infranqueables, concentraciones de poder y riqueza en minorías a costa de la miseria de mayorías que no son oídas pasando al olvido cuando terminan las elecciones.

Un país con muchos ricos no es un problema, pero un país con millones de pobres es una bomba de tiempo, que tarde o temprano estallará.

Piénselo cuando vaya a votar.

* Por: Flavio Restrepo Gómez.

 

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