Opinion

CONVERSAR O NEGOCIAR

Por: Hernando Arango Monedero, empresario, ingeniero y abogado. Se desempeñó como Representante a la Cámara, Alcalde de Manizales y Director General del SENA.

De alguna manera hay que definir los alcances de uno y otro término, para que en su dimensión sea entendido por la nueva expresión de la Democracia.

Es evidente que conversar es departir, intercambiar opiniones, expresar propuestas, sugerir acciones, manifestar ideas. En este tipo de relación entre los hombres no caben manifestaciones o ultimátums que puedan tender a obligar a la contraparte a realizar actividades de alguna naturaleza. Por supuesto que de este intercambio nacen ideas con las cuales se puede proceder en el futuro e inclusive, construir nuevas opciones para las diferentes actividades que, como conjunto de ciudadanos, debemos realizar.

De otra parte, la negociación parte del hecho de que quienes en ella intervienen deben estar dispuestos a dar algo a cambio de una cosa o servicio por recibir. En este tipo de relaciones interpersonales la oferta está antes de la demanda. Es decir, doy algo para que yo pueda recibir lo que tengo interés en obtener. No es usual, o al menos no es de buen negociante, el iniciar el intercambio “exigiendo” la entrega de ese algo en lo que se tiene interés.

Y en eso estamos. De una parte, el Presidente desea entablar una conversación de la que nazcan ideas que puedan dar salidas a los afanes que mueven a una parte de la población, ya que no le es dable a él el conceder lo que está fuera de su alcance, como tampoco comprometerse en lo que le impida hacia el futuro actuar en un determinado sentido cuando las necesidades y conveniencias del país se lo requieran. Y es que el Presidente no puede, porque no está facultado para ello, hipotecar el futuro de los colombianos ante la exigencia de quienes se han autodenominado representantes omnímodos de la población por fuera de los canales que la democracia establece, tales como son las elecciones que son la expresión de la voluntad popular y mediante las que se designan representantes del pueblo.

De allí que se le exija al Presidente que no piense en una potencial reforma a los sistemas pensionales de los colombianos, va más allá de lo posible, máxime cuando quienes hoy exigen tal cosa deben ser los primeros en cuestionarse y en ser proponentes de ese sistema ideal que haga justicia a quienes han dedicado toda su vida a construir el país.

Exigir que no haya una reforma laboral es otra de esas demandas que deben constituirse en un deber de quienes hoy aparecen como representantes de una parte de la población, ya que una de las urgencias nacionales es la creación de empleo, empleo que tiene un origen conocido y que debe ser estimulado. Así es que: ¿cómo inducir a quienes son creativos a generar empresa? Cómo apoyar a quienes cuentan con los recursos para desarrollar ideas que generen empleo? Así es como todos esperamos que en la conversación se generen ideas y se amplíen los espacios para el alcance de más y mejores empleos.

Exigir que se acabe con una fuerza pública que está constituida para salvaguardar el orden público es pedir peras al olmo. Nadie desconoce que la fuerza es necesaria cuando de restablecer ese orden se trata. Y nadie desconoce que cuando se generan hechos violentos, las cosas se vuelven violentas de por sí. En toda sociedad hay seres que poco o nada necesitan para que, al dar rienda suelta a sus impulsos, tiendan a acabar con lo que encuentran. Explicar esta actitud sobra porque la conocemos claramente. Agregar a ello que el violentar derechos de los demás es también una agresión a quienes se les conculcan esos derechos. Que, si se quiere protestar, pues que la protesta de realice en los lugares adecuados, lugares que se han construido en las ciudades para este tipo de expresiones, tales como son las plazas públicas. Hay que recordar que las vías se han dispuesto para hacer posible el derecho de la libre locomoción. Así es que, cada derecho se ejerce en el lugar adecuado. Y hay un lugar adecuado para ejercer cada derecho.

La exigencia de derechos a la Educación, a la Salud y otras actividades sociales, es directamente proporcional al establecimiento de cargas impositivas a la población, porque esos derechos tienen costo monetario. De tal manera que pedir recursos para una actividad cualquiera, tiene que tener una contra prestación directa de carácter económico. De otra parte, los derechos en sí tienen una contraprestación directa con los deberes. Una sociedad que no tenga deberes, tampoco tiene posibilidad de tener derechos. De tal manera que en ese campo el “doy para que me des” es un axioma contundente.

Entonces: Conversar, o negociar. He allí el dilema y entre seres inteligentes el dilema desaparece y toma el cauce del entendimiento, única vía de solución a estos y a todos los problemas humanos.

Manizales, diciembre De 2.020.

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