Por: José Luis Zuluaga Soto – Periodista – XX Premio Nacional de Periodismo Ciudad de Manizales – Orlando Sierra Hernández – Vida y Obra de un periodista.
29 agosto 2018.
DESARROLLO URBANO
Manizales es una ciudad muy linda y así debemos conservarla.
Fuera de lo bonita es un gran vividero, a tal punto que muchos pensionados están llegando para fijar su residencia en nuestra capital.
Pero esas condiciones que tiene hay que conservarlas hacia el futuro e inclusiva mejorarlas.
Pero una gran falla se está presentando desde hace muchos años.
Ninguna de las últimas administraciones le ha puesto el ojo al control urbano y todo el mundo hace lo que le venga en gana.
Sólo las nuevas construcciones, que deben tener el visto bueno de las Curadurías, tienen alguna inspección y acomodo a las reglas del Plan de Desarrollo.
La ciudad se está llenando de tugurios, de invasiones de terrenos no aptos para vivienda, de usurpación de los espacios de retiro de las vías públicas, de los antejardines, de las zonas verdes, de cuanto lugar encuentran disponible.
El control urbano está en manos de muchas oficinas.
A la Secretaría de Gobierno, con su estructura policial, le corresponde las invasiones, a la de Medio Ambiente, el manejo del espacio público.
La de Planeación también tiene otras obligaciones.
Esa dispersión de funciones ha sido aprovechada por los vivos para dañar el urbanismo, construir donde no se puede e invadir lo que es de la comunidad.
Aquí necesitamos de una secretaría de desarrollo urbano, con capacidad de control, con autoridad, con funcionarios honestos, para no dejar destruir lo que tanto nos ha costado.
Hay que apretar tuercas. Es necesario reprimir las invasiones y las construcciones en lugares no aptos o que son reserva del estado.
Este desorden no puede seguir porque vamos a acabar lo más lindo que tiene nuestra Manizales del Alma, su belleza.
Aquí todas las entidades municipales se chutan la pelota, como en el fútbol y nadie hace nada. Hay que actuar ya. No dejemos tugurizar nuestra ciudad.
PARA DONDE VAMOS …….
Los últimos fallos de las Cortes tienen a los colombianos pensando en el camino a coger.
Nadie entiende como condenan a la Nación a pagar los estragos cometidos por la guerrilla en un acto terrorista que destruyó las instalaciones del Club El Nogal de Bogotá.
Las razones dan risa.
Que el Estado no fue lo suficientemente eficiente para que ese sitio tuviera una buena seguridad para las personas que se reunían allí.
Si eso fuera así, con dineros oficiales habría que pagar todos los muertos que ha generado esta bestial delincuencia.
Todos sabemos que es obligación de las fuerzas militares y de policía velar por la seguridad ciudadana.
Pero es imposible ponerle a cada persona un agente para que lo cuide.
El problema no es del Estado. Es de todos los colombianos que hemos patrocinado directa o indirectamente la violencia.
La gente buena es pasiva. No exige normas estrictas para que las autoridades puedan actuar en la represión de delito.
Nuestras leyes están hechas para darle toda clase de garantías a los delincuentes.
La situación ha llegado a tal extremo que le estamos pagando a los guerrilleros por su desmovilización. A sus dirigentes los llevamos al Congreso sin pagar un día de cárcel y sin reparar a sus víctimas.
Estamos frente a una justicia que en vez de reprimir el delito lo está auspiciando con sus fallos.
Lo único que falta es que ante el hacinamiento de las cárceles aprueben otra ley de descongestión para resolver el problema llevando a las calles a los delincuentes.
Y la más fácil de todas. Colocar penas no privativas de la libertad para delitos menores.
El que se volvió malo no debe estar en la calle. Ese no tiene arreglo. En la mayoría de los casos terminan su vida siendo delincuentes.
Por eso duele los fallos de los altos tribunales. No hay explicación para amparar a quien no quiere cumplir con las normas de una sociedad que debe vivir en paz.
Estos fallos son lo que le dan una imagen tan negativa a nuestra justicia.
La misma que piden sea reformada para ser más eficiente y equilibrada.
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