Opinion

¡La fábrica del odio!

Juan Diego Sierra Rave

Por: Juan Diego Sierra Rave – Enlace departamental de juventud.

Vivimos días confusos, nublados por la política y sus dinámicas de desprestigio. La oposición se ha convertido en un fin en sí mismo, más que en un ejercicio de debate para el bienestar del pueblo colombiano. Nos han hecho creer que la política es una guerra, que el otro es un enemigo, que hay bandos irreconciliables. ¿Qué sucio, no? O piensas como yo, o estamos en conflicto. Petrista o uribista, de izquierda o derecha. No hay espacio para los matices, para la reflexión, para el análisis de las ideas sin etiquetas impuestas. La política ha dejado de ser (hace mucho) un escenario de construcción colectiva, pasó a ser un espectáculo donde el descrédito pesa más que las ideas y donde la oposición no se ejerce como un contrapeso democrático, sino como una herramienta de destrucción. Se ha perdido el verdadero sentido del debate, ese que debería estar guiado por el bienestar del pueblo colombiano y no por cálculos estratégicos de poder. En lugar de dialogar, confrontamos. En lugar de construir, derribamos. Y en medio de esta guerra de narrativas, los ciudadanos quedan atrapados, confundidos, hastiados de una política que parece alejada de sus verdaderas necesidades.

Este reduccionismo nos ha hecho perder la riqueza del pensamiento crítico, nos ha alejado de la posibilidad de encontrar puntos en común. La política no debería ser un simple juego de lealtades ciegas, de pasiones desenfrenadas que nublan la razón. Debería ser un ejercicio de inteligencia colectiva, de responsabilidad social, de compromiso genuino con el país que queremos construir. Pero mientras sigamos viéndonos como rivales, mientras sigamos cayendo en la trampa del odio y la descalificación, seguiremos condenados a repetir el mismo ciclo de división y frustración.

Este panorama desmotiva. Las corporaciones públicas han sido cooptadas… La burocracia se ha convertido en una moneda de cambio… y el interés común parece una meta lejana… ¿Cuánto más puede soportar el estómago de este sistema? Las reformas que buscan garantizar derechos son hundidas sin mayor argumento que la conveniencia política. La intolerancia crece. El pensamiento ajeno ya no se debate, se ataca. Por eso escribí este poema:

Vivimos en una tierrita bien bella, en una tierrita en la que se lucha, en la que se quiere, pero también en una tierra que fabrica el odio.

Escucho a un joven tararear: “Hey, maldito creyente, vea su Dios cómo tiene el mundo”.

Luego una mujer enfurecida le susurra entre dientes a un muchacho: “Su ideología política me genera asco”.

Después un sacerdote, en su misa fervorosa, sentencia: “Llegó el fin de los tiempos, los gays son el demonio”.

La situación está candente y un hombre llega enfurecido y a viva voz dice: “¡Abajo la fuerza pública, nos están matando!”.

No paro de escuchar cada una de esas afirmaciones, de analizar su contenido, de lo que genera, y mierda, esta humanidad es la fábrica del odio.

Pero venga, venga… que esta tierrita es bien bella.

Es por todo lo anterior que hoy asumo una tarea distinta, un compromiso que va más allá de la indignación y la crítica: quiero abrir un espacio de esperanza en medio del ruido, del odio, de la polarización que nos consume. No me sumaré a la ola de comentarios amarillistas ni reaccionaré con la misma hostilidad que veo a diario. Sé bien cuál es mi postura política, la he construido con convicción y con base en mis principios, pero eso no significa que deba imponerla como una verdad absoluta. Respeto profundamente la diferencia, porque sin ella no hay democracia, sin ella no hay posibilidad de construir algo nuevo.

Es momento de entender que la política no debería ser un campo de batalla, sino un espacio de encuentro. No podemos seguir alimentando la idea de que el adversario es un enemigo y que el debate es sinónimo de guerra. Nos han enseñado que quien piensa distinto es alguien a quien hay que derribar y no comprender.

Sé que hablar del amor en la política puede sonar ingenuo, romántico, incluso utópico. Pero en un país donde el desencanto es la norma, donde el odio se ha convertido en el motor del discurso público, ¿qué alternativa nos queda si no intentarlo? Tal vez sea el momento de pensar que la política, más que una disputa de poder, puede ser un ejercicio de humanidad. Un espacio donde el respeto, la dignidad y la construcción colectiva primen sobre el ego y la confrontación. Porque si nos rendimos ante la hostilidad, si aceptamos que esto es lo único posible, entonces estamos renunciando a la posibilidad de hacer algo diferente. Y yo me rehúso a hacerlo.

Manizales, marzo 19 de 2025.

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