Por: Mario Arias Gómez.
Casi 300 años después de que los españoles conquistaran a través de Francisco Pizarro 1478(?)-1541, en el siglo XVI, el Imperio Incaico, conocido como Tahuantinsuyo, uno de los dominios más grandes y poderosos de la historia de la América precolombina, ubicado al Sur de la región andina, que abarca los territorios que corresponden hoy a Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile, lo que implicó que los colonizadores impusieran la lengua, la religión y el sistema de gobierno, no sin dejar de mencionar el saqueo de gran parte de las riquezas.
Transcribo -al respecto- la letra de la canción: ¡Cholo Soy Y No Me Compadezcas! del cantautor peruano Luis Abanto Morales:
Cholo soy y no me compadezcas / Que esas son monedas que no valen nada / Y que dan los blancos como quien da plata / Nosotros los cholos no pedimos nada / Pues faltando todo / Todo nos alcanza.
Déjame en la puna, vivir a mis anchas / Trepar por los cerros detrás de mis cabras / Arando la tierra, tejiendo los ponchos, pastando mis llamas / Y echar a los vientos la voz de mi quena / ¿Dices que soy triste, ¿qué quieres que haga? / No dicen ustedes que el cholo es sin alma / Y que es como piedra, sin voz, sin palabra / Y llora por dentro, sin mostrar las lágrimas.
Acaso no fueron los blancos venidos de España / Que nos dieron muerte por oro y por plata / No hubo un tal Pizarro que mató a Atahualpa / Tras muchas promesas, bonitas y falsas.
Entonces ¿qué quieres?, ¿qué quieres que haga? / Que me ponga alegre como día de fiesta / Mientras mis hermanos doblan las espaldas / Por cuatro centavos que el patrón les paga / Quieres que me ría / Mientras mis hermanos son bestias de carga / Llevando riquezas que otros se guardan / Quieres que la risa me ensanche la cara / Mientras mis hermanos viven en las montañas como topos / Escarba y escarba / Mientras se enriquecen los que no trabajan.
Quieres que me alegre / Mientras mis hermanas van a casas de ricos / Lo mismo que esclavas / Cholo soy y no me compadezcas / Déjame en la puna vivir a mis anchas / Trepar por los cerros detrás de mis cabras / Arando la tierra, tejiendo los ponchos, pastando mis llamas / Y echar a los vientos la voz de mi quena / Déjame tranquilo, que aquí la montaña / Me ofrece sus piedras, acaso más blandas / Que esas condolencias que tú me regalas.
¡Cholo soy y no me compadezcas!.
Ensordecedor lamento suprimido -aparentemente para siempre- desde la icónica batalla de Ayacucho sucedida en las Pampas ayacuchanas, el 9 de diciembre de 1824, que puso fin a la Guerra de Independencia del Perú y selló la emancipación de Latinoamérica. Heroica gesta elevada al sitial histórico que le corresponde y que hoy, 200 años después, nos convoca en este sagrado auditorio de la Escuela de Infantería, por imperioso llamado del ilustre -por mil títulos- historiador Gerney Ríos González.
Ejemplar, pedagógico apostolado que inspira la presente reflexión sobre la citada efeméride que supuso la desaparición del contingente realista más importante que seguía en pie y que los patriotas llevaron a la capitulación al último virrey del Perú (1821-1824) José de la Serna, lo que entrañó un profundo impacto en la historia y cultura del Perú como de la Sudamérica hispana.
Repasemos los orígenes del imperio incaico instituido en el siglo XII, cuya capital, Cusco, era una de las ciudades más importantes del virreinato, actual y principal destino turístico, declarada Monumento Histórico Nacional en 1972, y en 1983 por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad; también denominada la “Roma de América”, por la cantidad de monumentos que posee, reconocida por la Constitución peruana como la ‘capital histórica’ del país.
Cuatro siglos después, el imperio se extendía desde el norte de Ecuador por la costa del Pacífico hasta el tramo central de Chile, incluyendo los Andes. Su primer gobernante fue Pachacútec.
Durante su apogeo se estima que sobrevino entre los siglos XV y XVI, como consecuencia de la expansión del curacazgo del Cuzco; comunidad que desarrolló una sociedad altamente organizada, logrando grandes avances en la arquitectura, agricultura y administración. Los ciudadanos estaban obligados a contribuir con su trabajo en los proyectos de construcción, de terraceo de laderas para la agricultura y la minería. Su organización social permitió el levantamiento de magnas, monumentales obras como Machu Picchu, declarada el 7 de julio de 2007, como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.
Gobernado el imperio por un Sapa Inca, gobernante supremo, adorado como un dios con un poder absoluto; su palabra era ley; debajo se encontraban los nobles, miembros de la familia real o de la nobleza inca, quienes veneraban una amplia variedad de dioses; el principal, INTI -el dios del sol- considerado el padre de los incas, al que se le atribuía el poder de dar vida y fertilidad a la tierra. Pachamama, la diosa de la tierra y Mama Quilla, la diosa de la luna. La religión y el culto a sus deidades desempeñaban un papel fundamental en la vida de los incas.
Huáscar (1491-1533), nombrado vicegobernador del Cuzco por su padre emperador -Huayna Cápac-, heredero legítimo de la mayor parte del imperio, último emperador incaico oficialmente coronado como tal. Durante su corto gobierno fue víctima de intrigas e intentos de golpes de estado por sus propios hermanos que eran diez, entre ellos su medio hermano, Atahualpa, que terminó derrocándolo en 1532, apresándolo y acabando posteriormente con su vida, poco antes de que el propio Atahualpa fuera apresado por Francisco Pizarro y ejecutado por el pecado de poligamia, el delito de la esclavitud contra los nativos y por haber mandado a asesinar -nada menos- a su hermano.
El por qué lo precisaré más adelante.
Bogotá, D. C. 31 de agosto de 2024
*Primera parte de la conferencia dictada por el suscrito en la Escuela de Infantería, Bogotá.