Opinion

SE PERDIÓ LA COSTUMBRE

Por: José Octavio Cardona León – Ex Alcalde de Manizales.

Cada vez que me pongo a revisar la calidad de vida de nuestros campesinos, de esos seres humanos que producen la comida que se consume en los grandes centros poblados, llego a la conclusión que los habitantes de la zona rural, especialmente los que se dedican a la siembra y cosecha de frutas, verduras, hortalizas, lácteos y carnes, han venido perdiendo las costumbres de nuestros ancestros y eso se refleja en condiciones de vida que no se compadecen con su trabajo y su disposición por hacer de este país una región con autosuficiencia alimentaria, lo que resulta incoherente pues tristemente muchos de nuestros campesinos sufren desórdenes alimenticios en medio de la comida.

Pero veamos a que me refiero con perder las costumbres, la primera costumbre que ahora se ve ausente era la de cosechar el cacao, secarlo al sol, tostarlo en paila de cobre y hacer bolitas de chocolate; Ahora es completamente diferente, el campesino cosecha el cacao, vende la arroba del grano a precios del orden de $105.000 la arroba (25 libras), y salen corriendo al supermercado a comprar libra de chocolate que se encuentra en un promedio de 6.000 pesos.

En otras palabras, cuando los viejos tenían la costumbre de hacer su propio chocolate, el campesino transformaba el cacao y se ahorraba el 50% que ahora le cobra la torrefactora por hacer lo mismo que antes hacían las abuelas.

También se perdió la costumbre de hacer café en las fincas. En casa de mis abuelos se escogía el café que había en la pasilla, se tostaba en paila de cobre, se molía, y listo, teníamos café para las noches y las madrugadas. Hoy día, el campesino coge su cosecha, saca su café, separa la pasilla, y vende la arroba de esta última a precios cercanos a los $40.000 la arroba (25 libras), es decir que vende libra a $1.680. Inmediatamente después, va al supermercado y adquiere café tostado el cual se encuentra a un promedio de $8.000 la libra, la que por demás no se hace con café tipo exportación.

Si nuestros campesinos no hubieran perdido la costumbre de hacer su propio café, estarían gastando el 25% de los que hoy gastan para tomarse un buen tinto.

Se perdió la costumbre de hacer harina de plátano. Una forma bastante saludable de mantener alimentados a los miembros de la familia era mediante la deshidratación del plátano, se secaba al sol, se molía y se guardaba. Eran muchas las sopas y la cremas que salían de un racimo de plátanos.

Pocos productos en Colombia son tan variables en su precio como el plátano, especialmente el que producen los agricultores que tienen fundos pequeños. Pues el sistema de venta de los racimos es el más inadecuado. Un campesino “arma” un viaje, lo transporta en jeep, llega a la plaza de mercado con una expectativa de venta y se encuentra con unos carteles de compra que le ponen precio a su producto. En otras palabras, el plátano no vale lo que el productor dispone, sino lo que el comprador ofrece, donde un kilo de plátano puede costar aproximadamente 700 pesos, es decir $350 la libra y en ocasiones hasta menos.

En la única parte que un plátano tiene buen precio es en el supermercado, por ejemplo, esta semana en Carulla un plátano cuesta 1.280 pesos, y eso que tiene el 20% de descuento.

Ese campesino que perdió la costumbre de hacer su propia harina ahora compra la libra de harina de plátano a 6.000 y 7.000 pesos, es decir, 20 veces lo que recibe por la materia prima que el produce.

Se perdió la costumbre de hacer jugos con las frutas de cosecha, se perdió la costumbre de hacer limonada, y se perdió la costumbre de hacer la “bogadera” con panela y con limón.

Ahora es habitual que en las fincas se vean las guayabas regadas por los caminos, me refiero a la guayaba dulce y también a la guayaba agria; se ven mangos tirados en el piso; se ven naranjas arrumadas en los palos; se encuentran cholupas en los matorrales; se ven moras de castilla en los caminos; se ven guanábanas, papayas, bananos, se ve comida por todas partes. Pero en las mesas, solo se ve frutiño, moresco, coca colas, big colas.

Una “sobremesa” química remplaza las bebidas naturales que siempre nos dieron, a costos que no explican la decisión torpe de haber perdido la costumbre de alimentarse bien, pues una libra de guayaba para hacer el jugo de toda una familia cuesta la tercera parte de lo que vale una gaseosa dos litros, simplemente por alimentarse fácil, si es que se pude llamar alimento a una coca cola.

Se ha perdido la costumbre de hacer arepas, ahora es más cómodo, fácil y rápido, mandar a comprar el paquete de 5 arepas. Muchas arepas son de muy buena calidad, pero muchas otras tienen acido sórbico y acido benzoico que buscan de esta manera alargar su vida útil, prevenir los hongos y las levaduras, lo que indudablemente es una mala decisión, el cambiar las arepas tradicionales con maíz criollo, por arepas con químicos y maíz transgénico.

Se perdió también la costumbre de tener gallineros en cada finca, así fueran unas pocas “rilosas”, se alimentaban con el maíz que se producía en la misma finca, incluso se les daba caña picada con sal, y listo. Hoy día se perdió esa costumbre y semanalmente hay que pedir la cubeta de huevos, no importa que sea menos económico para la familia, no importa la calidad, simplemente se recurre a la facilidad de comprar, a lo menos engorroso.

Se perdió la costumbre de tener una vaca en la finca, una vaca que daba la leche, el queso, el kumis. Campesino que se respetara compraba cuajo y hacía su propio queso. Ahora todos van al supermercado, compra queso, quesillo, cuajada, etc. Más industrial, más fácil.

Para terminar, habrá que revisar lo que viene ocurriendo con los productores de papa.

Hace 6 meses un bulto de papa costaba cincuenta mil pesos. Hoy día, el mismo bulto cuesta entre siete y ocho mil pesos, y lo peor, no se encuentran compradores.

El gobierno explica que la demanda ha bajado por cuenta del COVID, lo que no explica ni demuestra es que los costos de producción, cercanos a los 32.000 pesos por tonelada, se mantengan estables a pesar de los bajos precios de venta.

Desafortunado desde todo punto de vista resulta el hecho que un país como el nuestro con volúmenes inmensos de producción de papa esté importando cerca de 60.000 toneladas de papa procesada, cuando hace 10 años importaba por debajo de 9.000 toneladas, así resulta muy fácil hablar de sobreproducción. Es como si el mercado local estuviera asegurado para las 60.000 toneladas de productos foráneos y tuviera en duda la venta de la producción colombiana.

En la única parte que las papas tienen alto precio es en los paquetes de papitas fritas, margarita, frito lay, que pesan 30 gramos y cuestan 1.500 pesos. Es decir que cuestan lo que hoy vale un kilo de papa en la tienda. De ese kilo se sacan cerca de 35 paquetes, es decir que transformada vale 52.500 pesos, cuando el bulto se está vendiendo a 8.000, algo no está bien.

Ni que decir de las costumbres perdidas de tener un cerdito, unos conejos, una huerta con sus cebollas, tomate, cilantro, coles para los frijoles, cidras para dulce, chachafrutos para el almuerzo.

Después nos preguntamos cual es la razón por la cual a los campesinos no les alcanza el dinero. A lo cual se podría decir que, a los malos jornales, los bajos precios de sus productos, las intermediaciones, se suman las malas prácticas alimenticias, fundamentalmente porque se HAN PERDIDO LAS COSTUMBRES.

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