Semblanza al novelista, cuentista, ensayista y docente pensilvanense. Recuerdos de su amor por el arte. Despedida.
Alfonso Ramírez Gómez
LA PATRIA | BOGOTÁ
El último día del 2017 recibí la noticia, que no por esperada siempre nos sorprende al punto de buscar confirmaciones por inaceptable, de que mi amigo desde la niñez, Alonso Aristizábal Escobar, había levantado su vuelo hacia la eternidad.
Luego de las averiguaciones de rigor, en los siguientes días comencé a recabar en los vericuetos de mi memoria sobre los diferentes momentos de nuestras vidas desde Pensilvania hasta otros ámbitos geográficos.
Y encontré este texto que preparé para que lo incluyera en Pensilvania con muchos oros (2015), puesto que consideré que Alonso es uno de esos muchos oros. Pero se negó a incluirlo aduciendo, en un gesto de honestidad, que esta obra no la estábamos preparando para hacernos nuestra propia apología.
Ahora, pasados unos días de su partida definitiva, pongo a su disposición el citado artículo, con las adecuaciones al presente.
Comprometido con la literatura
Quienes compartimos niñez y adolescencia con Alonso, tenemos la convicción que desde recién nacido aprendió a leer y escribir y nos tomó la delantera desde muy temprano en estas lides.
Cuando compartíamos en los recreos, daba cuenta de obras literarias que los demás ni sospechábamos que existieran. Y en los centros literarios siempre aparecía con un escrito juicioso, bien construido y pleno de creatividad.
Ya, desde esos años, demostraba la disciplina requerida para llegar lejos en el arte narrativo, la creatividad poética, la agudeza crítica y la coherencia entre discurso y praxis esperados de un verdadero maestro.
Su compromiso con la literatura fue absoluto y total y de ella hizo su razón de existir. Después de graduarse bachiller en Pensilvania, adelantó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Bolivariana de Medellín y, como profesional, ejerció algunos cargos.
Un día decidió renunciar a la rutina burocrática pues le quitaba el tiempo necesario para echar a volar su imaginación y reflejar en el papel el producto de sus construcciones verbales.
Entonces, amo del tiempo, distribuye las horas a su arbitrio para exprimirle a cada segundo la palabra precisa, la imagen apropiada, el concepto exquisito; momentos para los textos de los escritores de su generación, para la preparación de los talleres y conferencias, para las clases y asesoría a los alumnos de la Maestría en Literatura en las universidades Nacional y Central; para la corrección y calificación de los ejercicios propuestos.
El tiempo para responder periódicamente con los comentarios de libros para el Instituto Cervantes de Madrid, las revistas El Mundo al vuelo de Avianca y Dinners y los periódicos El Espectador, El Tiempo, LA PATRIA y El Colombiano, etc.
Además del requerido para producir los siguientes libros de cuentos: Sueño para empezar a vivir, Un pueblo de niebla y Escritos en los muros; novelas: Una y muchas guerras, Y si a usted en el sueño le dieran una rosa e inédita, La Golondrina, que ha quedado pendiente de ver la luz pública; poesía: Poemas caminos por la tierra; crítica y ensayo: Vida y obra de Pedro Gómez Valderrama, Mito y trascendencia en Maqroll el gaviero y Dos maestros del mito: Álvaro Mutis y Pedro Gómez Valderrama.
Dedicó mucho tiempo para dirigir la edición de los libros Pensilvania el sueño entre los árboles, Luces y senderos para la patria grande –bodas de oro del bachillerato en Pensilvania-y Pensilvania con muchos oros, como homenaje a los 150 años de fundación de su tierra natal.
Y aún así reservaba ratos para compartir con los amigos y escritores de su misma generación. Se requiere de una disciplina a toda prueba para haber asumido con tanta responsabilidad y dedicación su profesión de escritor.
Destacando su trabajo
Gustavo Álvarez Gardeazábal, en un artículo publicado en la Revista dominical de LA PATRIA, comenta sobre “Una y muchas guerras: una novela de categoría porque esculca las entrañas no solamente de un período de la patria que estaba pidiendo que la generación de Otto Morales Benítez la contara, sino porque con fuerza excepcional se mete en los vericuetos de la geografía literaria, huérfana hasta este libro, de un narrador de sus dotes”.
Pedro Gómez Valderrama, por su parte, en la nota que aparece en Una y muchas guerras, observa: “sus personajes vivos y sabiamente delineados se quedan impresos en el espíritu con un dramatismo concentrado, con la misma fuerza que les da la tierra. Aristizábal, diestro narrador e intelectual de gran relieve, ha producido con este libro una obra de indudable importancia dentro de la novela colombiana”.
Por sus narraciones y poemas discurren personajes, paisajes, situaciones y lenguaje, en fin, la vida de su patria chica. Así lo percibía un joven bachiller de 2014 que, al entrevistarse con Alonso en Pensilvania, comentaba: “lo más admirable de su obra era que a medida que la leía, podía ir mirando en la calle o le venían a la memoria personas de carne y hueso como las que se mueven en los espacios y lugares, con sus dichos y comportamientos, en sus relatos”.
Considero oportuno compartir este poema inédito de Alonso Aristizábal Escobar.
En la muerte de un poeta
Recibo con dolor la noticia de la muerte del poeta amigo, y siento que solo ahora sé que pude ver de cerca al que era de esos creadores que nos muestran el cielo muy próximo, con cada uno de sus resplandores.
Él me enseñó que las nubes son montañas donde viven desde siempre poetas como él, los años del porvenir, y que por eso ellos son los ángeles de las ilusiones y los sueños.
Recibo con lágrimas la noticia de la muerte del poeta amigo, y me acuerdo que muchas veces respirando a su lado, escuché sus palabras cargadas de infinito.
Y era como si él entonces estuviera allá mirándome con sus pupilas de niño y su rostro que también parecía un poema que no olvidaré nunca. A través del teléfono lloro ante la persona que me habla, como pidiéndole al destino que cambie su curso inexorable.
Solo después, lleno de la paz de sus ojos, me consuela el horizonte amplio que observo a través de las alturas que me rodean, y sé que ahora vive allá y me está mirando para renovar los anhelos del mundo. Entonces digo que se ha ido a vivir en medio de sus palabras, y que estas son enredaderas, ríos y caminos por donde seguirá recorriendo su memoria para alimentar mi vida y la de muchos por los siglos de los siglos, amén.