EDITORIAL
El cierre del plazo para que funcionarios y contratistas renunciaran con el fin de aspirar al Congreso de la República en 2026 deja en evidencia un fenómeno recurrente en la política colombiana: la tensión entre la necesidad de renovación y la persistencia de estructuras tradicionales que controlan el acceso al poder. La democracia exige refrescar sus liderazgos con nuevas ideas y actores, pero el camino para lograr una curul sigue dependiendo, en gran medida, de las maquinarias y redes establecidas.
Colombia ha vivido en las últimas décadas intentos de modernización política que buscan reducir la influencia de los cacicazgos electorales y fomentar una mayor apertura a liderazgos independientes. Sin embargo, las estructuras clientelistas, el acceso desigual a recursos de campaña y la cooptación de espacios por parte de los partidos tradicionales continúan siendo barreras casi infranqueables para quienes no cuentan con el respaldo de las maquinarias.
La dificultad para financiar campañas sin alianzas con sectores políticos tradicionales, la falta de acceso a medios masivos y la ausencia de bases territoriales consolidadas convierten el camino de los independientes en una cuesta empinada. En este escenario, la renovación política termina siendo más un anhelo que una realidad.
Las elecciones al Congreso en Colombia no solo requieren votos, sino estructuras que los movilicen. Las maquinarias políticas —esos engranajes de favores, lealtades y logística electoral— han sido por décadas el medio más efectivo para garantizar el acceso a un escaño legislativo. Desde la financiación de campañas hasta la gestión del transporte y alimentación de votantes el día de las elecciones, el control de estos recursos marca la diferencia entre ganar o quedar relegado. Las nuevas generaciones de políticos enfrentan el dilema de integrarse a estas estructuras para garantizar su elección o buscar caminos alternativos que, aunque éticamente más deseables, resultan menos efectivos en la práctica. Quienes logran imponerse sin estas maquinarias son casos aislados, figuras con gran reconocimiento nacional o con una fuerte base electoral previa.
En cada ciclo electoral se insiste en la posibilidad de una transformación basada en el voto de opinión, pero la realidad es que el impacto de este sigue siendo marginal. En ciudades capitales, donde el acceso a información es mayor y la independencia del electorado se fortalece, han surgido liderazgos más autónomos. Sin embargo, en el grueso del país —zonas rurales, municipios pequeños y regiones con altos índices de pobreza— la maquinaria sigue determinando los resultados.
Los votantes en estos territorios muchas veces dependen de redes clientelistas para acceder a bienes y servicios básicos, lo que refuerza su fidelidad a los líderes tradicionales. Sin reformas profundas al sistema de financiamiento de campañas, y sin una mayor equidad en la difusión de propuestas, la dependencia de las maquinarias difícilmente se reducirá.
A pesar de las dificultades, algunos movimientos alternativos han logrado abrirse paso en el Congreso. El aumento en la presencia de mujeres, jóvenes y representantes de comunidades étnicas muestra que hay espacio para una transformación, aunque aún insuficiente. La clave para fortalecer esta renovación radica en el acceso equitativo a recursos de campaña, limitando la influencia de grandes financiadores y garantizando transparencia en la asignación de recursos públicos; en el fortalecimiento de liderazgos locales, impulsando nuevas figuras desde procesos de formación política y participación ciudadana; y en la exigencia de los votantes, quienes deben asumir un rol más activo en el escrutinio de los candidatos y en la defensa de una democracia más limpia.
Las elecciones de 2026 serán una prueba más de cuán viable es lograr un Congreso menos capturado por las maquinarias y más representativo de las aspiraciones del país. La pregunta sigue abierta: ¿será posible romper el ciclo o seguirá el poder en manos de los mismos de siempre?
Manizales, marzo 9 de 2025.
