EDITORIAL
En Colombia, el periodismo ha sido históricamente uno de los pilares fundamentales para la construcción de una democracia más robusta y participativa. Desde sus inicios, la prensa ha desempeñado el papel de vigilante de las instituciones, portavoz de las comunidades y motor de los debates públicos que moldean nuestra sociedad. Sin embargo, el ejercicio de este “cuarto poder” enfrenta retos crecientes en un contexto de polarización, desinformación y amenazas a la libertad de prensa.
El periodismo, cuando se ejerce con ética, rigor y compromiso, tiene el poder de poner bajo la lupa a los otros tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Es un actor clave en la lucha contra la corrupción, la defensa de los derechos humanos y la transparencia en la gestión pública. En un país como el nuestro, donde la opacidad y el clientelismo aún afectan a muchos rincones del territorio, los periodistas son muchas veces la única voz que denuncia y expone lo que otros prefieren ocultar.
No obstante, este rol tiene un alto costo. Según informes de organizaciones como la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), Colombia sigue siendo un país peligroso para ejercer el periodismo. Las amenazas, agresiones y asesinatos de periodistas son una realidad que no podemos ignorar. Esto no solo vulnera la seguridad de los comunicadores, sino que afecta directamente a la ciudadanía, que pierde su derecho a estar informada de manera imparcial y veraz.
En el ámbito digital, el periodismo enfrenta otro desafío monumental: la proliferación de noticias falsas y la manipulación de información. Las redes sociales, aunque democratizan el acceso a la información, también han facilitado la difusión de contenido que desinforma y polariza. En este escenario, los periodistas tienen la responsabilidad de adaptarse a las nuevas tecnologías, sin perder de vista los principios fundamentales de su oficio: contrastar fuentes, verificar datos y buscar la verdad, incluso cuando esta incomoda a quienes ostentan el poder.
Pero no todo está perdido. En Colombia, hemos sido testigos del impacto positivo de un periodismo comprometido. Investigaciones de los casos de corrupción local han sacudido a la opinión pública y generado cambios significativos. Este es el tipo de periodismo que necesitamos: valiente, independiente y profundamente arraigado en su misión de servir al interés público.
Es hora de que como sociedad valoremos el papel del periodismo y lo defendamos. Esto implica exigir garantías para la libertad de prensa, apoyar los medios independientes y consumir información de calidad, alejándonos del sensacionalismo y las noticias sin fundamento. Si queremos una democracia más fuerte, necesitamos un cuarto poder que no tema cumplir su labor.
El periodismo en Colombia no está exento de críticas ni de áreas por mejorar. Pero en un país que aún busca consolidar su paz y justicia, los periodistas son, más que nunca, indispensables. Su voz es la de quienes no tienen voz. Su trabajo, aunque incomprendido o vilipendiado, es un recordatorio de que la verdad importa y de que, frente al poder, la palabra sigue siendo la herramienta más poderosa.
Manizales, noviembre 24 de 2024.