Opinion

¡Roma locuta, causa finita!

Mario Arias Gómez

Por: Mario Arias Gómez.

Máxima latina que significa literalmente en español: “Roma ha hablado, el caso está cerrado”, cuyo origen se remonta históricamente al 23 de septiembre de 417, en que San Agustín de Hipona (354-430), después de su conversión, obispo de Hipona al norte de África, en el primer milenio; máximo pensador del cristianismo, considerado el ‘Doctor de la Gracia’; frase -la del título- que pronunció cuando al Papa Alejandro VI, a pedido de los esposos Isabel I de Castilla (1451-1504) y Fernando II de Aragón (1452-1516) -los Reyes Católicos-, soberanos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón, en pleno descubrimiento de América (12 de octubre de 1492), dirimió el conflicto territorial sobre las intervenciones y posesiones en el Nuevo Mundo (América) reservados a España y Portugal.

Veredicto que definió los linderos y sentó las bases del ‘Tratado de Tordesillas’ del 7 de junio de 1494, suscrito entre los delegados de los reyes de Castilla y de Aragón y el rey Juan II de Portugal, y que demarcó las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y el Nuevo Mundo. Contencioso impugnado por el rey Juan II de Portugal, que concluyó con la inapelable, imperial sentencia: “Roma locuta, causa finita”. Posteriormente empleada -por cierto- por el Vaticano en el Concilio Vaticano I de 1870, referida a la infalibilidad del papa.

Cita a la que recurrentemente acude este humilde escriba para cerrar el capítulo de la más reñida elección en la historia reciente de Estados Unidos, en que los astros se alinearon -como los dioses del Olimpo- en favor del demoníaco, rudimentario, testarudo, volátil peliteñido americano.

Desenlace -determinante e irrevocable- que para bien o para mal repercutirá a futuro en el quehacer de los Estados Unidos de América y del mundo, desde el próximo 20 de enero, en que Trump asumirá el timón como el 47.º presidente de la ‘Primera Potencia del Mundo’; triunfo rotundo en el que, de los 240 millones de electores habilitadas para participar, Donald Trump fue consagrado con el 50,7 % -más de cinco millones de papeletas de diferencia- frente a Kamala con 47,7 %. Igual los republicanos se quedaron con el control del Senado, sin que a la fecha se haya oficializado el de la Cámara de Representantes, aunque se da por descontado que mantendrán el control absoluto de la misma. Por si faltara el Tribunal Supremo está en sus manos.

Arrollador, inesperado, triunfal regreso del convicto ‘emperador’ de Mar-a-Lago a la Oficina Oval de la Casa Blanca. Paliza electoral que deshizo todos los pronósticos y cayó como un baldado de agua helada a la comunidad pensante global, que desde meses atrás cruzaba los dedos para que la sorpresa de la reelección no se diera, fue así como hizo lo indecible por evitar lo inevitable, campaña amplificada por el laureado, The New York Times, a costa de poner en la picota pública su patrimonio ético: la credibilidad, imparcialidad, libertad, neutralidad, profesionalismo, rectitud, transparencia, veracidad, puestas en entredicho al presentar a Kamala como “la única opción patriótica para presidente”.

Línea editorial compartida por el siempre ecuánime, objetivo semanario británico: The Economist que, sin subterfugios propaló: “Si pudiera votar lo haría por Kamala Harris”. Medios que se sumaron a la demolición, desnudaron -sin reparo-, la desafiante, homofóbica, oscura, racista, sexista, transfóbica, repelente campaña que abrió -qué duda cabe- la era -que se viene- de autoritarismo naciente, irreconciliable, de desmesura, imprevisibilidad, incertidumbre -nunca antes vista- en los 248 años de historia estadounidense.

Times pregunta: ¿Cómo puede perdurar la democracia tras un segundo gobierno orientado por el cuestionado, marchito cuasi octogenario?, cuyo juvenil vicepresidente, JD Vance, impertérrito mudó su ideología anti-Trump por la pro-Trump.

Contundente, aplastante triunfo -sin paliativos-, “el hecho político más importante desde la caída del Muro de Berlín, por la trascendencia que se supone va a tener en la geopolítica mundial”, lo cual tiene en ascuas, en vilo a sus contradictores, a los constreñidos inmigrantes indocumentados, a la fuerza laboral -mano de obra barata en la agricultura, la construcción- con la espada de Damocles encima, pendiente de la masiva, forzada “deportación a las patadas”, imputados -además- de “invasores”, con los más infamantes, ofensivos, verduleros apelativos, de “envenenar la sangre pura de la nación”.

Paradójico ensañamiento antiinmigrante de quien ignora -adrede- su condición como parigual hijo de madre escocesa y nieto de abuelos inmigrantes alemanes.

Victoria inobjetable -reconozco- que marcará un antes y un después, pese a quienes les pese, debida, en gran parte al voto latino que representó asombrosos 25 puntos porcentuales de más, comparado con la votación de hace cuatro años. En Pensilvania -la joya de la corona con sus 19 decisivos delegados- alcanzó el 42 % -un aumentó de 18 puntos con el punto de referencia preestablecido-, igual ocurrió en Míchigan, Florida, Texas, etcétera.

Esto, a pesar del racismo y la xenofobia afloradas que desconocieron -desconocen- la contribución prestada al avance, desarrollo económico, progreso, reconstrucción de los Estados Unidos (país de inmigrantes) por los latinoamericanos, irlandeses, italianos y rusos, después de la guerra de Secesión o guerra civil (1861-1865), resultas del aprovechamiento, tráfico, usufructo de los esclavos.

Memoria que no detuvo la depredadora, inhumana, soez campaña de descrédito contra los inmigrantes, enarbolada por el hipócrita, incoherente, prepotente, senil verdugo contra los expatriados que, movidos por el hartazgo social, la falta de oportunidades, la inseguridad, salen en búsqueda del ilusorio ‘sueño americano’, sin importar los riesgos del eufemísticamente llamado ‘hueco’, agenciado por hordas de extorsionistas, de incursos en ‘trata de blancas’, estigmatizados por Trump como “asesinos, traficantes o terroristas”, los mismos que -después de darles por donde sabemos- corrieron a darle el triunfo el 5 de noviembre.

De su contradictorio, engañoso, falso, inconexo discurso de victoria, extraigo estos sofismas de distracción disfrazados de buenos deseos: “uniré al país; dejaré atrás la polarización; el éxito nos unirá; gobernaré con una misión: promesas hechas, promesas cumplidas”. Cortinas de humo que buscan diluir, disimular, disipar los procesos que lo acosan, entre ellos la inaudita, sangrienta, trágica toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 que intentó impedir la ceremonia de certificación de la victoria de Biden; asonada capitaneada por mercenarios adiestrados, azuzados, enmascarados.

Matones y criminales aunados, mezclados con depravados, esperpénticos, repugnantes secuaces y vasallos capitaneados por el insufrible Donald Trump, investigado, imputado y condenado como autor intelectual por la justicia, por él pérfidamente considerados “grandes patriotas”, “presos políticos”. Repulsivo “acto de amor patrio” que se apresta a “indultar” y probablemente ‘condecorar’, ‘exaltar’, ‘premiar’, lo que causará un masivo, extendido sentimiento de reprobación de la paciente sociedad.

Bogotá, D.C., 9 de noviembre de 2024.

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