Por: Mario Arias Gómez.
Con el alma encogida por el dolor, registro entristecido, tardíamente, el primer mes de fallecido en libertad, en Lima (Perú), del eximio, memorable expresidente, Alberto Kenya Fujimori Inomoto (86 años), a causa de un implacable cáncer de lengua; calidoso, respetado mandatario, modelo de probidad y sabiduría, de buen gobernante; idóneo, luminoso académico por el que abrigo inmensa, profunda admiración y afecto, estima extendida a su bella, insuperable familia.
Infausto, luctuoso hecho sucedido el miércoles 11 de septiembre/2024, del que hasta ahora tomo ánimo para hilar este sentida despedida del ilustre peruano al que me acerqué, gracias a la apreciada exministra de la mujer, María Luisa Cuculiza, a la que con Judith -mi esposa-, que guardamos gratitud imperecedera, en razón al padrinazgo y patrocinio ante el presidente Fujimori de nuestra segunda nacionalidad que lucimos orgullosamente.
La espléndida vida y obra de Alberto Fujimori, transcurrió en los últimos 34 años, entre amores y vítores, pasionales persecuciones, odios; proverbial, soberbia obra -así calificada- labrada en favor del Imperio incaico o Tahuantinsuyo, conceptuada de, inigualable, trascendental, de la que doy fe y -con conocimiento de causa- hago esta apretada, emocionada, testimonial remembranza.
Dolida despedida para la que tomo prestadas las palabras -de gran factura- contentivas del tierno, amoroso adiós pronunciado por la altiva, inconsolable, primogénita hija, Keiko Sofía Fujimori Higuchi (1975) -heredera política- a nombre de sus tres afligidos hermanos: Hiro Alberto, Sachi Marcela y Kenji Gerardo. Administradora de empresas; presidenta del partido Fuerza Popular; Primera dama (1994-2000); Congresista (2006-2011); tres veces candidata presidencial.
Trascribo sus apesadumbradas, conmovedoras, palpitantes palabras: “Eres libre del odio y la venganza. Eres libre de esas personas que nunca te perdonaron que nos rescataras del hambre y el terror. Eres libre para que vuelvas a volar a todos esos pueblos lejanos que tanto amaste. Trataron de borrar tu obra, borraron tu nombre de la Constitución, pero jamás pudieron borrar el amor de este pueblo que se mantiene en el corazón de millones de peruanos. Vuela alto, Alberto Fujimori, y disfruta tu libertad”.
Ceñida síntesis que compendia el sentir unánime, verdadero del fiel, huérfano, nostálgico pueblo fujimorista que acompañó, en forma presencial, multitudinaria, incontenible las honras fúnebres, coreó -sin cesar- exclamaciones, alabanzas, loas al ‘chinito’ (de origen japonés) como lo llamó en vida, afectuosamente.
Historia reescrita por sus trogloditas, egoístas, mezquinos enemigos que borraron de la Constitución su nombre, lo bueno de su Gobierno, distorsionaron la verdad para engañar al mundo entero, en lo tocante al aséptico autogolpe del 5 de abril del 92, que califico sin duda alguna -duélale a quien le duela- de relevante, impecable, imprescindible, al haber rescatado la esclavizada, agónica República de las garras terroristas, de la condición de Estado fallido, en default, de paria internacional en lo económico, social, sin crédito, sitiado por el hambre, la delincuencia, la extorsión, resultas de la codiciosa, corrupta, descarrilada, sedienta casta; elocuente, impensada, situación, causante de la paralizante, tensa relación: Ejecutivo-Legislativo.
Avivada -en últimas- por la sorprendente, inesperada derrota sufrida por el statu quo en las elecciones presidenciales de 1989 y 1990, en que la coalición de centro-derecha, del Frente Democrático (FREDEMO), presentó como candidato a , Mario Vargas Llosa, engreído, intocable, vanidoso semidiós arequipeño, convencido que barrería al desdeñado Fujimori, certeza que cual bumerang se tornó en oprobiosa paliza electoral infligida, desolación compartida con la abyecta, fétida, ignorante, inescrupulosa, insaciable, privilegiada aristocracia hereditaria, que usuró el poder, inmemorialmente saqueó las riquezas naturales, sometió -cuando no desapareció- la indiamenta.
Esperpéntica, exasperante, horrenda, patética, prevalente realidad cocinada desde la independencia (28 de julio de 1821), la cual comenzó a hibernar con la presencia de ‘Sendero Luminoso’, el ‘Movimiento Revolucionario Túpac Amaru’ (MRTA), el crimen organizado, la corrupción; lacras que postraron, hundieron al país en el fango, antes de la llegada del salvador, Alberto Fujimori -pésele a quien le pese-.
El ‘chinito’ en dicho contexto, dio el aclamado, imperioso, inaplazable, liberador autogolpe, apoyado por los militares, las jubilosas fuerzas vivas, justificado por la opinión nacional e internacional; juzgado de necesario, indispensable que se inició con la disolución del Congreso y las altas Cortes, la convocatoria inmediata de una Asamblea constituyente, que dictó medidas extraordinarias, de shock, que reencauzaron el Gobierno, fortalecieron la lucha contra la criminal, brutal insurgencia, empeñada en destruir, poblar de muertos, huérfanos y viudas la patria.
Pragmática decisión que marcó un antes y un después, ante el cuasidisuelto, quebrado país -al borde del precipicio- sin la cual hoy no existiría.
Como gran matemático, Fujimori, no calculó en 1990 la trascendencia, repercusión del heroico, irreprochable autogolpe que durante una década labró la perdurable obra que contrapuso, encaró, resistió, retó al encarnado demonio personificado por la barbarie subversiva, el crimen transnacional, la corrupción, la inseguridad, la violencia, proscritas pústulas -dicho sin pelos en la lengua, ni adjetivos atenuantes- derrotadas, erradicadas mediante la fuerza; estigmatizado, menospreciado absolutismo, clave que fue para aplastar, someter el terrorismo. Autoritarismo que -hoy y siempre- será una alternativa redentora.
Praxis hostigada, ignorada por la cegada, decimonónica, desenfrenada, elusiva, hipócrita izquierda; alucinante caverna que se dedicó por años en el Perú a pisotear, vilipendiar el histórico legado fujimorista que renacerá -póngale la firma- en mito popular que llevará a la emblemática Keiko Fujimori, a la ‘Casa Pizarro’.
Bogotá, D. C., 12 de octubre de 2024.
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