Opinion

¡BATALLA DE AYACUCHO! (Segunda parte)

Mario Arias Gómez

Por: Mario Arias Gómez.

El español, Pascual de Andagoya (1495-1548), participó en las conquistas de lo que hoy son las repúblicas de Panamá, Colombia y Perú. En 1513 descubrió el océano Pacífico. De Panamá partió hacia América del Sur tras el imperio donde existía -según la leyenda- gran cantidad de oro y plata. El 11 de abril de 1514 partió al Nuevo Mundo bajo el mando del general Pedrarias Dávila; en 1522, emprendió la expedición hacia el Golfo de San Miguel (sureste de Panamá) de nombre de “Birú” -“Río” en quechua-, vocablo que mudó a “Virú, Berú o Pirú”, derivas de los dialectos indígenas de Panamá, Colombia y Ecuador. En 1523, durante la expedición liderada por Vasco Núñez de Balboa, con Rodrigo de Bastidas se embarcó rumbo a las islas del Caribe (colombianas), Cartagena, el golfo de Urabá (o Darién) Panamá y Santa Marta. Acusado por Pedrarias de conspirar contra la Corona, fue juzgado y ejecutado en Acla.

El extremeño, Francisco Pizarro, analfabeto durante su infancia y adolescencia, hasta la adultez en que aprendió a leer y a escribir, quien cargó la etiqueta de hijo ilegítimo. Cuando Colón en 1492 pisó suelo americano, Pizarro tenía catorce años. En 1502 llegó a la isla La Española -hoy República Dominicana y Haití-. En 1510 se enroló con Alonso de Ojeda en la expedición que le dio el nombre a Venezuela.

El emperador Carlos V le dio permiso a Pizarro para buscar ‘El Dorado’, legendaria historia referida atrás, ocupada de la ciudad de un imperio perdido que se decía guardaba invaluables tesoros. Expedición emprendida a los 57 años, compuesta por un barco, ciento ochenta hombres y treinta y siete caballos, que desembarcó en Tumbes, al norte peruano. La palabra Perú ya estaba arraigada, asumida oficialmente en 1934, que desde entonces se conserva.

Atahualpa que acampaba con su ejército en Cajamarca, consideraba a Pizarro el ‘dios blanco’, llegado hacia el mediodía del viernes 15 de noviembre de 1532, inmediatamente envió a su hermano Hernando a solicitarle a Atahualpa una entrevista, concedida para el día siguiente, ingenuamente.

Atahualpa llegó a la plaza de Cajamarca al atardecer del 16, escoltado por una impresionante comitiva y un numeroso grupo de soldados sin armas que cargaban la litera real, hecha de oro y plata. El emperador lucía las mejores galas: la ‘mascapaicha’ -especie de corona representativa del poder soberano del imperio inca-, y un collar de esmeraldas.

Pizarro e abstuvo de recibirlo en persona, lo que cayó muy mal a Atahualpa, sustituido por el capellán, Vicente de Valverde (español), quien lo esperó ataviado de un crucifijo y una Biblia, frente a Atahualpa le solicitó que renunciara a sus creencias, reconociera al único Dios (el cristiano) y jurara lealtad a la Corona española.

Los incas no conocían la escritura, para comunicarse con sus dioses utilizaban los oráculos. Atahualpa extrañado con la Biblia, se cuenta que la acercó al oído sin escuchar ningún sonido, procediendo a arrojarla al suelo, gesto que fue la excusa para entrar en acción los españoles, dando comienzo a la emboscada previamente planeada.

Al final la plaza quedó convertida en un mar de sangre, capturado Atahualpa, quien nunca más volvió a ser nunca más indio libre. Mediante un intérprete, Pizarro buscó amistarse, enseñándole a leer y a escribir, igual intentó reconvertirlo al cristianismo. Atahualpa pronto detectó la codicia de su carcelero, proponiéndole que lo libera a cambio de le entrega de su hermano Huáscar -heredero legítimo de la mayor parte del imperio- y de un colosal botín:

Llenaré para vosotros, para que lo repartáis entre todos cuantos os encontráis ahora en esta ciudad, esta estancia con piezas de oro y con granos de oro sacados de las minas de mi tierra, y dos veces más la llenaré con piezas y lingotes de plata”.

Pizarro aceptó. Atahualpa empezó el reunir el rescate, preocupado porque Huáscar contactase a Pizarro, ordenando a uno de sus subordinados darle muerte y lo rescatara por las armas. Torturado desvelado el plan.

El mayor rescate de la historia, conformado por estatuas de oro y plata, joyas y objetos artísticos, el 13 de junio de 1533 se completó, el que fundido representó 24 toneladas de oro y plata, quedándose Atahualpa esperando la libertad. Pizarro consideró que hacerlo ponía en peligro la conquista del imperio. Para ello fraguó un juicio exprés, acusó a Atahualpa de idolatría, rebelión y asesinato de su medio hermano; el 26 de julio subsiguiente sentenciado a muerte, siendo conducido en la noche a la plaza de Cajamarca.

Sobresaltado frente a la hoguera a la que había sido sentenciado, dado que, según sus creencias, para la resurrección su cuerpo debía ser embalsamado, siéndole ofrecido por el capellán permutar la pena por el estrangulamiento, con la condición de abrazar la fe cristiana y aceptara ser bautizado. Atahualpa cedió, efectuado el ceremonial, fue estrangulado. Miles de incas se cortaron las venas para reunirse en el más allá con su divino emperador.

Consumada la traición, Pizarro ocupó el Cuzco. Los ‘Vilcabamba’ resistieron hasta 1572, en que fue capturado y decapitado Túpac Amaru I, el último inca; refundado el Cuzco por la Corona Española como virreinato del Perú.

Pizarro, envuelto en una telaraña de decires y envidias, creyéndose invencible, andaba sin guardaespaldas, siendo asesinado en junio de 1541, por doce de sus hombres en su palacio de Lima. Antes de caer herido dibujó con su sangre una cruz en el suelo, la besó y dijo: “Jesús…”. Fin del Imperio incaico que marcó un antes y un después en la historia de América del Sur.

José de La Mar (ecuatoriano), descendiente de españoles, estuvo consagrado al Perú, su presidente en dos oportunidades. enfrentó diversos desafíos políticos y militares, como la guerra con la Gran Colombia, fruto de las tensiones y disputas territoriales entre ambos países, con gravosas consecuencias para el Perú, producto de las humillantes derrotas infligidas por el ejército al mando del mariscal Antonio José de Sucre, que forzaron el Tratado de Girón suscrito el 27 de febrero de 1829.

Muerto el rey Fernando VII en 1833, España abandonó los planes de reconquista y, en 1836, las Cortes renunciaron a las provincias en América continental, autorizando realizar tratados de paz y reconocimiento con los nuevos estados surgidos en el continente.

Bogotá, D. C. 7 de septiembre de 2024.

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