Por: Juana Carolina Londoño – Abogada especialista en derecho comercial y legislación financiera y gerencia de entidades territoriales. Trabajó como asesora jurídica del Instituto de Seguros Sociales, Central de Inversiones S. A., concejal de Manizales, representante a la Cámara, presidente de Fiducoldex y actualmente empresaria: Londoño Asociados.
Colombia es un país conducido, motivado, impulsado, inspirado y espoleado en forma cotidiana por millones y millones de mujeres que discretamente conducen sus hogares, ayudan a levantarse y seguir a sus hijos y parejas, y al mismo tiempo, buscan la forma de atender las inagotables necesidades de las vidas que las rodean.
En Colombia hay más de 23 millones de mujeres de las cuales el 42% son madres cabezas de familia, es decir, personas que ejercen la jefatura del hogar y tienen a su cargo, afectiva, económica o socialmente a hijos y otros miembros de su núcleo familiar.
No es difícil imaginar esa otra millonada de mujeres que, aunque no son cabeza de hogar deben asumir las exigencias adicionales de la pandemia en su familia en forma solitaria ante la incomprensión o la indiferencia de sus parejas.
Esas personas que enmarcan fríamente las cifras y las estadísticas son en realidad seres humanos con una capacidad de lucha inagotable, con una creatividad invencible, con una capacidad de cuidar infinita, con un optimismo que vence cualquier adversidad y con una decisión de lucha que no logra doblegar ni el más monumental de los obstáculos. Nunca se ponen a pensar si es justo o injusto lo que viven porque saben que hay que hacer lo que toca y a ellas les toca eso.
Ellas son fundamentales en estos momentos en donde sus familias han sido golpeadas por la pobreza, en donde el emprendimiento de sus hijos ha debido cerrar o pasa momentos difíciles, en donde el desempleo se ha disparado golpeando especialmente a los jóvenes y en donde los niños requieren más acompañamiento que nunca en esta coyuntura, en donde duraron tanto tiempo sin ir al colegio, socializar y jugar con sus amiguitos.
Esas mujeres debieron haber apelado a su imaginación para enseñar, acompañar, cuidar, motivar y hacer reír a esos niños que han sido unas de las tantas victimas invisibles de esta pandemia. Esas mujeres han visto en este año y medio cómo el cierre de los colegios aumentó la brecha educativa en la medida en que son pocos los hogares que cuentan con computadores para todos los niños o posibilidades de conectividad permanente o de calidad.
Han debido ver también, no sólo, como se ha dificultado la alimentación en la medida en que millones de niños recibían el plan de alimentación escolar en los centros educativos, sino, también, como se ha dificultado su socialización y el desarrollo de esas competencias que requieren del entorno de amigos para desarrollarse a cabalidad.
No es fácil determinar las consecuencias a corto, mediano y largo pazo que ha dejado en esos niños la coyuntura que pasamos y que seguimos atravesando.
No podemos dejarle esa carga adicional a estas mujeres que ya han dado tanto.
Seguramente si no hacemos nada ellas lo harán, como siempre, y entonces las veremos trabajando más para pagar un psicólogo, o buscando profesores que les enseñen lo que dejaron de aprender o buscando expertos que les estimulen competencias que se debilitaron. Nadie está pensando en eso. Como tantas veces les dejaremos esa carga a ellas.
Déjenme decirles que eso no es justo. Que esta vez deberíamos estar al lado de ellas.
El gobierno y la institucionalidad entera deberán estar del lado de estos niños y sus madres, con programas que garanticen obtener frutos en esos hombres y mujeres que tendremos mañana.
