Por: Juana Carolina Londoño – Abogada especialista en derecho comercial y legislación financiera y gerencia de entidades territoriales. Trabajó como asesora jurídica del Instituto de Seguros Sociales, Central de Inversiones S. A., concejal de Manizales, representante a la Cámara, presidente de Fiducoldex y actualmente empresaria: Londoño Asociados.
El país está viviendo momentos sin antecedentes. Cada día nos trae nuevas expresiones sociales que nos sorprenden por su intensidad, su gravedad o su novedad. Asistimos perplejos a escenarios de información con gran capacidad de difusión en donde es muy difícil distinguir la verdad de la mentira. La emocionalidad y la pasionalidad desplazaron a la serenidad de su lugar y hoy vivimos rodeados de personas enceguecidas permanentemente por la ira, la frustración, el miedo, el odio y otros sentimientos igual de estériles y con una preocupante tendencia a la destrucción y al desconocimiento de lo que tuvimos y nos legaron con tanto esfuerzo nuestros mayores.
Adicionalmente, nuestro país se empobreció y esa pobreza se convirtió en un elemento adicional de ira, de frustración e incertidumbre. Es preocupante observar cómo esa mezcla de ingredientes sociales se esta traduciendo en un ansia por destruir, arrebatar, quemar, desconocer, menospreciar y vandalizar. En las últimas semanas hemos visto gobernantes desbordados por la dimensión de la perturbación pública que viven sus ciudades y una sociedad perpleja que mira por las redes sociales y los medios de comunicación cómo destruyen calles, plazas, lugares de comercio, oficinas públicas o estaciones de policía. En ese ambiente pareciera que no hay de dónde sostenernos, en dónde apoyarnos y a qué apelar para seguir adelante.
En medio de esa incertidumbre es importante hacer un ejercicio de introspección y recordar esos valores que nos enseñaron en nuestras casas y que les sirvieron a nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros ancestros para apoyarse y encontrar en los momentos de incertidumbre unas bases sólidas que nos ayuden a seguir adelante. Es el momento de volver a apelar a la autoridad, al orden, al respeto, a la disciplina, al trabajo como fuente de progreso, a la solidaridad, a la responsabilidad y al civismo.
No puede ser que permitamos que el caos, el irrespeto, la indisciplina, la irresponsabilidad y el menosprecio de unas personas se vuelva la forma como nos relacionamos los unos con los otros en nuestras comunidades. Eso no lo podemos permitir. Hay un discurso que se esta difundiendo por algunos sectores políticos radicales que tratan de mostrar a los jóvenes, a los campesinos, a los trabajadores y a los indígenas como si tuvieran una forma de ser violenta y con tendencia a la anarquía. Nada más contrario a la verdad. La mayoría de los jóvenes son personas que se forman, que estudian, que tratan de forjarse un futuro mejor en beneficio de sus familias y de su propio porvenir. Lo mismo sucede con los campesinos, los indígenas y los trabajadores. La mayoría de esos segmentos poblacionales son personas trabajadoras, cívicas, pacificas y con principios claros que ejercen y enseñan a diario en sus ámbitos de vidas. Es importante darle visibilidad a esos valores y a esas personas, que son la mayoría.
No podemos dejarnos confundir con minorías violentas que hacen mucho ruido, pero no representan a las grandes mayorías que lo único que quieren es progresar, vivir con tranquilidad y trabajar con disciplina y creatividad para superar este momento tan difícil que estamos viviendo como sociedad. Debemos apelar a lo que nos enseñaron, esos valores que corren por nuestras venas y que son los que nos ayudaran a superar el momento que estamos viviendo. Es en momentos como estos cuando lo que nos enseñaron nuestros mayores cobra vigencia y se vuelve el soporte que necesitamos para seguir adelante.
Ahí esta lo importante, eso es lo importante.
