Opinion

¡PENSILVANIA! (Tercera parte)

Por: Mario Arias Gómez.

Darío Ramírez (médico); Cándido y Mauro Mejía; Abel y Miguel Ángel Vélez; Alfonso Hoyos (senior y junior); Samuel Alzate; Eloy Duque; Eliodoro Vargas; Fortunato, Arturo, Gonzalo Zuluaga; Eugenio Henao; Eduardo ´picarito’, Ramiro; Antonio; Otto, Hugo, Guillermo Aristizábal (Mi Ranchito), Carlos Hoyos (Bar Italia); Millo, Uriel (Bolivia) y Benjamín Franco. Toto Vásquez; Ramón E. Valencia; Eduardo Ocampo; Lix Mario y Baldomero Zuluaga; Dominguito García; Aristides Betancourt; Luis Botero; Alfonso Henao; Marita Urrea ‘pureza’; Félix, Libardo, Fabio Hoyos; Lázaro Betancur; Ananías Cardona; el Mono Vázquez; Chucho Idárraga, Natalio Betancur. Francisco ‘Pacho’, Duván, y Pedro Nel Ramírez (exmagistrado); Santiago y Berto Gómez; Oliverio, Gonzalo y Luis Ramírez, Fidenciano Ospina, Honorio Giraldo; Luis Chócolo. Eduardo Cortés; Gabriel Higuera; Gonzalo Henao; Chucho Gómez; Ismael Betancurt; Raimundo Cardona; Misael y Helio Aristizábal; Gerardo, Julio, Misael, Samuel, Arnoldo, Elías Arias; Carlos Gómez; Rubelio y Rubén Darío Valencia; Ancízar Ramírez; Daniel, ‘Toñito’, Elías, Santiago Gonzáles, Luis Aristizábal; Joaquín Pamplona; Víctor Arias, Mario Jaramillo, Ovidio García, Albino y David Toro; Chucho Gómez, Urbano López, Manuel Montoya; Fernando Ospina; Luciano Arias; Jaime López; Alonso Ramírez.

Estas las aristocráticas, atractivas, elegantes damas -con rostro de luna-, la mayoría de embriagadora belleza, dulce sonrisa, que adornaban balcones, ventanas, calles el parque en las retretas vespertinas amenizadas por la ‘Banda de Música’, dirigida por Daniel Cortés:

Estella, Karina, Ofelia, Lucila y Fanny Escobar; Amanda y Aceneth Ramírez; Aura y Lola Salazar; Beatriz Mejía; Nelly Maya; Rosalva y Betty Mejía, Nora, Mery, Inés y Adela Hoyos; Ruby y Ligia Zuluaga; Carmen Emilia Gallo; Edith Gómez, Argemira Mejía de Arango; Elisa, Raquel, Marta, Inés Salazar Giraldo; Inés y Josefina Aristizábal; Nydia, Alicia, Sofía, Cecilia, Inés, Lucía, Margarita, Amanda Cardona; Aurora Rada; las Hernández -las bellas Clara, Esther, Bertha (madre de la destacada, María Doreyde); Lilia, hija de Samuel Alzate; Esneda, Nubia, Armida, Rocío Vélez; Sola y Miryan, Mary, Mery, Esperanza, Morelia, Martha Lucía, Gloria Arias (‘jarabitas’); Matilde Salazar; Fabiola y Ofelia Ocampo; Blanca Zuluaga; Esther Navarro; Josefina y Lía Henao; Melva y Fanny Aristizábal; Consuelo y Lucy Cortés; Gilma, Sofy y Lucy Higuera; Margoth y Sofía Gómez; Lola Flórez; Melva y Noelia Hoyos; Aracely y Fanny Ramírez; Lucy y Rosalba Restrepo (nietas de Isabelita Escobar); Consuelo; Anita, Diana, Irma (´La monita’), Olga Ramírez.

Permítanme apartarme del hilo conductor, para sumarme a la fundada molestia de la defraudada, enfadada sociedad, con la esperpéntica, maléfica, zahorí, anónima lechuza, Alicia Aldana, forastera que no correspondió, valoró la cortés, afable hospitalidad brindada por ¡PENSILVANIA!, a la malagradecida harpía, en mora de liar sus bártulos y marcharse de la cosmopolita ciudad, cuya antiquísima tradición religiosa fue injuriada, al impetrar el silenciamiento del campanario -traído por los colonizadores- y el reloj de la iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores, cuya construcción se inició en 1878, y su icónico reloj, instalado en 1906, enmudecido luego de 56 años, por el fatídico terremoto del 30 de julio de 1962, que lo paró a las 3:20 p.m., en el que fallecieron: Rita Quintero, Inés Franco, Josefina González; causando graves, irreparables daños a la torre del reloj, al campanario y al órgano tubular importado de Ambato (Ecuador), por el dinámico, Jesús Buitrago (coadjutor).

Silenciamiento impetrado mediante tutela -concedida entre las de 9 p.m. a 7 a.m.-, lo que le valió que un plebiscito de 3.632 indignados paisanos la declararan -tácitamente- ‘persona non grata’. Campanas que no han parado de sonar desde hace 59 años (escasos).

Mientras garrapateo -gustoso- desde mi añeja, idílica y presuntuosa atalaya, esta vehemente, vertiginosa, vivaz reminiscencia, atropellan mi mente las chispeantes, vivencias del inquieto niño -que alguna vez fui y suelo ser-, unidas a las experiencias -de alto voltaje- de la adolescencia, en la que todo parecía luminoso,  difuminadas en el recuerdo, y que a este modesto, candoroso escriba, le abrieron los castos ojos, cuando absorto, vagaba -libre como un pájaro- por las empinadas calles, escudriñando los embrujados, recónditos, reservados, secretos laberintos del barroco, churrigueresco, onírico terruño, iluminado por bucólicas lunas y líricos soles mañaneros, que nacían con las auroras en Piamonte y morían -trocados en crepúsculos- detrás de Morrón, en los confines de La Dorada.

Cerros tutelares de la patria chica, musical refugio que nos llenó el alma de saudades exquisitas, abanicado por helados vientos -que calaban los huesos-, que bajaban veloces de las azulosas, escarpadas crestas montañosas -donde las palomas asombradas miraban el azul del cielo-, que conforman la corona -adornada de ilimitados verdes (repito)- que enmarcan, la pequeña, pastoril metrópoli, donde descubrí, descorrí la cortina del misterio de la existencia.

Abrasador, cálido, inmemorial nido, educativamente cultivado -con la puntualidad de un reloj suizo- por los Hermanos de La Salle: Martín, Claudio, Gonzalo (Carepalo), Estanislao Ruiz -Natilla-, autor del ‘Himno a Pensilvania’.

Bogotá, D. C. 20 de enero de 2021.

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PD: Tercera parte -de cinco- del artículo preparado para la Revista ¡PENSILVANIA!.

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