Opinion

Epílogo (V)

Por: Mario Arias Gómez

Coincidirán conmigo los afables lectores, que la Navidad es como ese dulce que gradual, quedamente se derrite en la boca y endulza el paladar y anhelamos que nunca se acabe.

Convendrán igualmente que no es una fiesta pasajera, que se celebra una vez al año, sino que es básicamente un estado mental, mágico, que engloba un sentimiento de alegría, amor, armonía, caridad, clemencia, desinterés, generosidad, humanidad, misericordia, paz, buena voluntad, compartido con parientes y amigos auténticos.

Es perdón, reconciliación, sosiego, tolerancia, tradición, unión; es rememorar tiempos remotos, cómplices, vividos intensamente, que invariablemente fueron -en nuestro parecer- mejores.

El auspicioso mañana que, una vez más, toca a nuestra puerta, i que soñamos que se convierta en esa fantasiosa, delirante quimera que, mediante un soplo milagroso, queremos que perdure perennemente, adosada a la convivencia por la que hemos luchado por enraizar, que nos permita en esta época de feroz, letal violencia y mortífera pandemia, seguir viviendo.

Navidad que, a través del toque mágico invocado, esperamos llegue con sentimientos de cambio, piedad, ternura, solidaridad; fe, esperanza, optimismo, que nos transforme en mejores personas, oriente nuestras acciones hacia el bien común, general; hacia los seres que amamos, para que logremos -a una- alcanzar el éxito de los objetivos de vida planteados.

Entre ellos, el que el año entrante -y los por venir- sean un remanso de paz, alegría, armonía, música, color, inextinguibles, de buenos propósitos, convertidos en amor, afecto hacia los seres queridos, hacia el prójimo, hacia la vida, que consientan continuar compartiendo, disfrutando, sonrientes, regocijados, muchas más nochebuenas, como otros tantos efervescentes, hechizados ‘Años Nuevos’, incluidas las vicisitudes, infortunios. Tangibles, lejanas reminiscencias de niños, en que fuimos dichosos, convertidas en fantasía o realidad (¿acaso importa?).

Basta remontarnos unas décadas, para evocar, ‘urbe et orbi’, la cosmopolita frase: ¡Feliz Navidad!, que resucita siempre el sabor a buñuelo, a natilla, a chancho chamuscado -engordado con maíz transgénico en casa-, antañona época en la que no se hablaba del desprestigiado término; nos reuníamos sin mascarillas, tapabocas, sin guardar distancias, sin límite de aforo -so pena de multa- reglado por decreto del insolvente Iván Duque, cuya trasgresión pone hoy en riesgo de contagio y muerte a los remotos abuelitos, padres, forjando -ipso facto- un inconcebible, inexcusable, inexpiable complejo de culpa.

Navidad cuyo anhelo -actual- es que reverdezca la ilusión de una pronta y cumplida justicia, que cesen falta de trabajo, los falsos positivos; que los enfermos recuperen la salud; se aleje el sufrimiento; el dolor, las lágrimas, la peste; que las heridas sanen, cicatricen; que los derechos de los infantes sean respetados por siempre; que madure, fructifique la enseña de humildad espiritual -ejemplificada por el nacimiento del Niño Jesús en un rústico establo- que, luego del año más negro que recordará la historia, irradie luz, genere ánimo, libertad, paciencia, seguridad.

Que la brillante, titilante luz de la estrella de Belén que, después de 800 años, madrugó a alumbrar la navidad, y que junto al esplendoroso sol, esperamos ilumine y de calor a un rejuvenecido 2021, a los oscuros, olvidados rincones de la patria, presagio de renovados sueños de unidad; recomposición de los lazos irrompibles familiares; de las añoranzas que palpitan en los destrozados corazones de los excluidos, aplazados, relegados por el amateur, arrogante, negligente, pedante, vanidoso, impresentable Presidente.

Apabullado, desbordado mandatario, falto de liderazgo, sometido a la asfixiante tutela del innombrable, que se resiste a enmendar el rumbo, a moderar su apestada, hueca retórica; tan arisco, inflexible con los pobres; tan complaciente con los ricos y amigotes; incapaz de aquietar las pavorosas masacres (66 en el 2020); los asesinatos de líderes sociales; defensores del medio ambiente; reclamantes de tierras.

Mandadero reprendido justamente por las Naciones Unidas, dado su innegable desinterés en enfrentar el rebrote del terrorismo, la violencia -de consecuencias imprevisibles-; por desatender la implementación del Acuerdo de Paz; por entorpecer la JEP; por no garantizar el menguado mandato constitucional de velar por la conservación del orden público, proteger la vida, honra y bienes de los compatriotas.

‘A los atormentados de la vida -desamparados por este mal Gobierno-, que riegan su existencia con el invierno de sus propios ojos’, va -de corazón-, en esta amarga, penosa, solitaria, perpetua noche navideña, un compungido, emputecido, solidario abrazo de consuelo, con el ferviente deseo porque el hacedor los ampare y fortalezca.

A los míos, electores, amistades, vaya una ‘Feliz Navidad’ y un ‘2021’, colmado de bendiciones, bienestar, prosperidad, salud.

Gracias a todos por la confianza. por la confianza. Regreso -en lo posible- el próximo 20 de enero.

Bogotá, D. C. 30 de noviembre 2020

http://articulosmarioariasgomez.blogspot.com.co/30

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