Opinion

¡No más Uribe!

Por: Mario Arias Gómez.

Mientras la endémica crisis -principista, moral, económica, sanitaria, social- asola la nación –hoy al garete-, la Convención conservadora -lunático foro de elogios mutuos- se dedicó a exaltar el desgobierno, a lanzarle loas y alabanzas, atendiendo sumisamente sus instrucciones, quereres; la ruta señalada, opacando a la desteñida, endiosada, ensimismada trilogía de esquiroles, los inescrupulosos: Pastrana, Martha Lucía, Holguín, pasajeros del por ellos convertido Partido, como vagón de tercera.

De destacar el exitoso esfuerzo de Omar Yepes, por reunir la jauría; su porfía -en solitario- en su añeja letanía del candidato propio. Encuentro ambientado –previamente- por la humillante reconvención del termocéfalo -‘ojo con el 22’-, a su improvisada mascota, al exigirle más “acción”, “mostrar más liderazgo”; pasividad disculpada con el ‘cuentazo’ de estar atareado “atendiendo la emergencia”, “reactivando al país”. Jalón de orejas compartido con el ‘pellízquense’ a los ministros.

Autócrata cuyo omnipresente desprecio por la ley, lo predispone a creerse por encima de la ley, dejando entrever el deseo del triunfal regreso: “tengo claro lo que haría desde el Gobierno: primero habría acelerado la fumigación; estaría pagándole a los campesinos para que protejan la selva”. Respecto al ‘referendo’ -punta de lanza que a 16 meses de la elección presidencial promueve- marcó estratégicamente el desmarque del demonizado subalterno.

Anda tendiendo puentes, halagando los moribundos ‘partiditos’: CR, La U, y la insepulta institución fundada sobre la Declaración programática de Caro y Ospina Rodríguez, principios que acogió y practicó durante 171 años, recordados por Duque. Partido que tuvo izada -inmemorialmente- la bandera anticorrupción, arriada por los cortejados mercaderesal menudeo-.

Homínidos concordados con la repartija, con el vociferante camaleón-jefe, inmerso, imputado por incontables fechorías. Promiscuos felones que intentan, conjuntamente, hacerle creer a os colombianos, que luchan -a despecho- por extirpar la corrupción. ¡Mamola!

Tránsfugas, último eslabón de la estirpe histórica, cuya desmedida, desvergonzada ambición, los convirtió en apéndices del desdeñoso ‘furibismo’, dedicados arteramente a traficar avales -por la paga- con encausados, corroyendo los valores doctrinarios. Alianza anti-natura que, por artificiosa apariencia, debieron disimularla (en el papel), con un cosmético, insentido propósito de enmienda; con una acomodaticia, distractora promesa por recobrar la dignidad, autoestima, consignándolas en el insípido, incoloro, insaboro, soso, impresentable colofón.

Olvidaron que el conservadurismo es un enfoque, un punto de vista lógico, cuando hay algo que conservar, pero no para resucitar absurdas, melancólicas, patéticas ruinas, manipuladas por renegados, mayordomos de la escombrera, afanados por justificar las actuaciones de sus pariguales, los ‘Gurropines’ redivivos, “Roba, pero hace obras”, postulado ‘aggiornado’ por: “Roba y que siga robando”.

‘Lo eterno por definición siempre es actual’. La corrupción no tiene ideología; significa -en rigor- según el desenlace de la reunida montonera, que las cosas seguirán igual que antes, por soberana decisión de politicastros de la peor estofa, metidos -hasta la coronilla- en actos non sanctos, dispuestos a apurar hasta las heces, el cáliz de acíbar servido por el Innombrable; maniqueo, desenfrenado farsante, políticamente disfrazado de químicamente puro, quien al fungir como jefe en la sombra,  trastocó el pasado glorioso del conservatismo, por el presente infame, con la anuencia de los precitados petardos -incapaces de un gran examen de conciencia-.

Surrealista descomposición sociopolítica que no los escandaliza, preocupa, producto de la falta de un gran cabecilla calificado, armónico, conciliador, digno, experimentado, lúcido, ganador, paternal, soñador, tolerante, valeroso, que ame la patria, al prójimo, como así mismo, sin distingos, incluso a los enemigos; escuche; repare los descomunales perjuicios causados por quienes perpetraron la locura de rendir las banderas, ante el caprichoso, belicoso, encarnizado, primario, rencoroso, vengativo caníbal del Ubérrimo.

Exaltado, fanático, histérico, indigerible leviatán, supuesto instigador de los canallescos, macabros ‘falsos positivos’, que tanto dolor, incertidumbre causaron. Baldón -pesado como un piano- que pende sobre el buen nombre patrio. Resarcirlo, demanda del añorado guía, surgido de unas elecciones libres, limpias, transparentes, que transfieran legitimidad, autoridad, ineludibles para restituir la paz -hecha trizas- a los colombianos, permitiéndoles vivir tranquilos, sin miedo, perturbación, zozobra.

Un interlocutor creíble, ecuánime, impoluto, proactivo, sin odios heredados, que no polarice; corrija el rumbo, distinga el bien del mal; respete las diferencias, la igualdad de género; las disparidades; luche contra las sediciosas: inequidad, pobreza, desempleo; reconstruya el descuartizado tejido social, la clase media, los eclipsados fundamentos éticos, morales.

Conforme a Maquiavelo: “No es necesario que el líder posea ciertas cualidades, imprescindible es que parezca tenerlas”, perfil que encaja, perfectamente, con el apacible, cimero, estudioso, elocuente, pulcro, Humberto De la Calle, acrisolada personalidad, garantía -!y eso basta!- que ¡No habrá más Uribe! durante cuatro años.

Bogotá, D. C. 25 de noviembre 2020

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