Opinion

¡Ultraderecha – Izquierda!

Por: Mario Arias Gómez.

Causa coraje ocuparse de la novelesca superioridad de la que se ufana la envilecida, emponzoñada, prostituida ultraderecha, encarnada por el innombrable, tanto o más parasitaria que la izquierda neomarxista que, con el puño en alto, personifica el irresistible, Gustavo Petro. Arteros, endemoniados, mediáticos caínes que se creen con patente de corso para perpetrar toda clase de impudicias, desfachateces, temeridades; pisotear el Estado de derecho. Prójimos que tratan a los contrarios como enemigos.

Postizos, zafios profetas, tan repulsivos como un frasco de formol lleno de tenias. Autonombrados guías del fanatizado, desinformado pueblo, encargados -per se-, de conducirlo -en pleno jolgorio de la podredumbre- a la tierra prometida. Con ineluctable, retorcida, sibilina, sucia conciencia, doblez moral, se declaran intercesores divinos, salvadores de la hipotecada grey. Bufones transmisores de odios, prejuicios, mentiras, miedos, temores, que la hacen invulnerable al cambio.

Abades de sus desvencijados conventos; decadentes escuelas monocromáticas del enfermizo ‘furibismo’ y el insufrible ‘petrismo’ que, mediante pestilente, sectaria verborrea -tan ridícula como su ideología- alienan a sus barras bravas, utilizadas para atizar, avivar el fuego de la polarización; caldear el ambiente con fletados ‘influencers’; provocar -sin inmutarse- desórdenes, muertes de líderes sociales, de almas inocentes, como las registradas a lo largo y ancho del país.

Mendaz, irreconciliable, rencorosa, vengativa política, reverdecida en las décadas de vigencia de la erizada fiera -en comento-, herida por el confinamiento ordenado por la CSJ, pilar de la futura, segura condena social, por los sucesos que han hecho invivible a Colombia, cuyo imbécil, atosigante, descerebrado, irracional timonel, conduce su proa hacia el proceloso mar de una ineludible, cataclísmica crisis, agigantada por el desempleo; pandemia; su mal obrar. Desgobierno que intenta enmascarar -vanamente- con infantiles, triviales eufemismos.

Deprimente aquelarre que hace amarga, gris la vida de millones de compatriotas que enfrentan, manivacíos, la penosa situación excitada por la aludida morralla. Bomba de relojería incrustada en el cenáculo del poder, que tiene en inminente riesgo al país, que exige -por el bien general- neutralizarla, con una fraterna alianza política que arrebate el poder, se contraponga -con disciplina de hierro-, a la antidemocrática, anquilosada ultraderecha que a su antojo manipula el ‘presidente eterno’ -en cuerpo ajeno-, de modo que reponga las constreñidas: fe, esperanza, optimismo, convivencia pacífica, intimadas desde las apáticas alturas del poder.

Con estupor, la comunidad nacional e internacional, registra la colosal incapacidad, sandez del lechuzo gobernante, a quien bueno es recordarle -al respecto- lo que recomendaba Lenin: “cada cocinera debe aprender a gobernar”. Conducta, matriz del deterioro, desgaste apresurados por el descrédito del sub júdice, esquizofrénico malcriado padrino político, cuyo vergonzante ahijado, lo sacará -sin duda- del juego político, como a los insignificantes partiditos colinchados en el Gobierno.

Entre ellos, el otrora grande Partido Conservador, que era en sí, más que una posición filosófica, una ideología, desaparecida de escena, que no cuenta, en cuarentena desde el catastrófico, deplorable gobierno del inepto, Andrés Pastrana, ‘distinción’ que parecía insuperable, hasta la aparición del mandadero de Álvaro Uribe, quien se apropió de sus banderas (godas); partido convertido en vientre de alquiler del totalitario, individualista catecismo furibista.

Artífice de la mortífera traición, fue Carlos Holguín -en su condición de ministro del interior y de justicia (2006)-. Aborrecible, írrito judas que, en forma deliberada, infame, redujo al partido a la más mínima expresión; en apéndice, gregario del ejecutivo; dislate que castró su vocación de poder; convirtió en minusválido, incapaz de recuperar la memoria; producir una sola propuesta que robustezca la democracia; reanime la expósita soldadesca. Conviviente con la corrupción, con las umbrosas sanguijuelas que han medrado a su sombra; conforme con el coercitivo, indecoroso, secundario, triste papel, en que sobrevive -cabizbajo-, con las sobras de poder.

En gran número, la remota, egregia, elocuente, memorable guardia, crispada, fastidiada, inconforme al precisar que el partido de sus entrañas se transformó en fábrica de avales proveídos al mejor postor; en bandería de condescendientes absoluciones al inimputable, manera de congraciarse con Duque, increpado por la CSJ, por entrometerse en el fallo que puso en aprietos al encantador de serpientes; antigualla aliada de los ‘mercaderes del templo’.

Descarriadas sabandijas que, por un platillo de lentejas, feriaron -en agravio del interés nacional- los inmanentes, innegociables principios y valores conservadores; su grandeza, tradición; las altivas, jubilosas banderas; las engañadas huestes, alejadas de los estándares morales, humanísticos, predicados y practicados, en el altar de la patria, por los legendarios, gloriosos, épicos: Laureano, Alzate Avendaño, Ospina Pérez, Pastrana ‘El Grande’. Belisario, Silvio Villegas, Granada Mejía, Álvaro Gómez, José Restrepo.

Bogotá, D. C. 07 de septiembre de 2020

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