Opinion

¡Feliz cumpleaños!, Pensilvania

De izquierda a derecha: Luis Carlos Velásquez (Gobernador), Luis Alberto Franco (Presidente del Concejo), Jorge García (Alcalde Municipal), Germán Restrepo (Secretario del Concejo).

Por: Mario Arias Gómez

Cumple hoy alborozada, la señorial, cosmopolita Pensilvania, 154 años de existencia institucional iniciada el 3 de febrero de 1866; eje político y cultural del Oriente, acogedor, bendecido territorio, remanso de paz, enmarcado por una corona de nebulosas, empinadas, imperiosas montañas, acicaladas de verdes de todas las tonalidades, cumbres de las que bajan veloces ráfagas de aire frío de refrescante, tonificante efecto.

Esplendente terruño, símbolo de eternidad, que el solo nombrar, genera intempestivos corrientazos de placidez, escalofrío, que experimentan igualmente los encandilados, hipnotizados, visitantes, gracias a la exuberante, frondosa, pródiga geografía; al canturreo inigualable de sus cantarinas, cristalinas aguas, capaces de hacernos volar en el tiempo; al gorjeo de las incontables de especies de pájaros; a la fragancia de sus frutales; al azahar de los naranjos disperso en la campiña; a la temperatura de mejilla de novia; a la fábrica de encarnados atardeceres. Pueblo -con mayúscula- donde tuve la fortuna de formarme, bajo la égida de los inefables Hermanos de La Salle que, junto a un sinnúmero de coterráneos, nos marcaron derroteros de vida.

Perviven aún en mi memoria, la excepcional, conmovedora, majestuosa belleza clásica de las siempre altivas, encantadoras, erguidas, frescas, lozanas, soberbias mujeres, que ocupan todavía lugar destacado -como matronas- en las recordaciones de todas las generaciones, quinceañeras en flor que un día fueron, de piel canela, ojos de miel, cabello castaño; rostros inolvidables, imborrables, gravados -con tinta indeleble- en la retina de todos los paisanos. Añádase la bonhomía, la cultura de la gente, sus finas maneras, las samaritanas atenciones dispensadas sin cálculo ni medida a los visitantes; el deleite de olores y sabores de la vernácula, opípara cocina; los exquisitos, gustosos dulces de la abuela. Visitantes que como dice la cuña, corren ¡el peligro de querer quedarse!.

Peregrinos atados perennemente de por vida, por un irrompible, cordón umbilical, a la bella, idílica tierra de promisión, cargada de vida e historia; altar al que virtualmente llego exhausto, con el ego a cuestas, huyéndole al angustiante agite, desasosiego citadino; agotado de lidiar con el mutismo que causa del enclaustramiento, la lejanía del  caro hogar, Llego tras el acecho del tiempo perdido, escoltado por aulladoras, magnéticas reminiscencias, a lamer heridas reabiertas por la nostalgia, las frustraciones, en la búsqueda de ese bálsamo terrígena; jarabe que todo lo cura; laceraciones que sin querer se fueron convirtiendo en largas, inexplicables, imperdonables ausencias, cada vez más espaciadas, con sus estériles, lánguidos silencios.

Retorna emocionada esta tímida, anónima, errante, reposada, imperturbable alma en pena gregaria, con la resignada cruz de la adultez a cuestas -calvo, barrigón, la barba blanca, las fuerzas menguadas- a participar de un centenario más de la nunca igualada, ¡Pensilvania de ensueño!, en la que rememoro -de paso- el plácido, calmoso entorno, el apacible, cálido, inolvidable nido de antaño, dónde mi ajado corazón intenta -vanamente- ser, nuevamente, ese niño -el último de la fila- que todos llevamos dentro; a mirar hacia atrás, desandar pasos, imaginar -iluso- un quimérico comienzo. ‘Eterno Retorno’, a la otrora solariega morada, en que pareciera congelada en el tiempo, con la punzante, serenísima convicción, de que ‘nadie es profeta en su tierra’. Lección aprendida de los mayores.

No recuerdo -al barruntar la presente- quién dijo: ‘el pasado es solo el recuerdo del futuro y de que la rueda del tiempo gira, eternamente, en todas las direcciones’.. Pasado que no vuelve a suceder, igual que los esplendorosos, cotidianos Soles mañaneros, que madrugué de niño a saludar, cuando apenas despuntaba sobre la cresta del mitológico, tutelar cerro Piamonte – insomne vigía que sin despabilar cuida a Pensilvania, mientras la población duerme; radiante, rejuvenecido Sol, que siempre es otro en cada aurora, y el que luego del jubiloso recorrido celestial, se extingue lentamente en el proverbial, legendario Morrón, no sin antes pincelar inimaginables, irrepetibles, multicolores, poéticos crepúsculos, escoltados en lontananza, por increíbles, fantásticos, inspiradores arreboles.

Milagro; regalo de la naturaleza; epifanía de belleza que nunca muere, y que llevo adherida al espíritu, como los veranos e inviernos que, no solo anuncian la primavera, sino las miles y miles que vendrán, con sus renacientes reverdecimientos, florecimientos, forjadores de entusiasmo, de esperanza, símbolos -afectivos como efectivos- de renovación. Calidoscopio que disfrutamos aun en los turbulentos, difíciles, huracanados tiempos, en comunión con los miembros de la hidalga, maravillosa, inmortal comunidad pensilvense, que ni sucumbe, ni se doblega, ni se rinde.  

Jorge García Retrepo – Alcalde de Pensilvania (Caldas)

Deshilvanadas palabras que brindo con gusto al nuevo amanecer que se vislumbra con la recién posesionada administración, a la que se dirigen los reflectores vigilantes de la comunidad, presidida por una dirigencia renovada por soberana voluntad del pueblo: valores de relevo encabezados por el incontaminado burgomaestre, Jorge García Retrepo, y el talentoso, curtido, sagaz, Luis Alberto Franco, quien honrosamente preside el Consejo Municipal; representantes -ambos- de plurales fuerzas políticas, que resolvieron -en buena hora- unirse, y poner sus aptitudes y habilidades al servicio de la ciudadanía, fijando como hoja de ruta la divisa: ¡PENSILVANIA SOMOS TODOS!, con la idea de acometer, canalizar el fraternal entendimiento mutuo, entre los hijos de la misma madre patria chica, Pensilvania, lo que implica romper, combatir, poner fin -aunados-, a las bochornosas, fugaces cadenas de aleatorios odios heredados.

Tras la convivencia social, es menester predisponer la mente, el ánimo, nutrientes del espíritu de concordia, que concilie, armonice, hermane a los pares enfrentados, lo que hace necesario reconducir el diario quehacer en pugna, a través del respeto, la escucha, buen trato hacia los demás, en la certeza que ¡PENSILVANIA! le pertenece a ¡TODOS! Fin alcanzable, en la medida que todos cambien el modo de pensar, de actuar, que se propongan recíprocamente a vivir en paz, en este agitado, belicoso, levantisco, ruidoso mundo de hoy. El arte de escucharse, íntimamente, es lo que, cierta, efectiva, objetivamente asiente el cambio de las depredadoras, sectarias maneras de ser, empotradas hace varias décadas.

Centenario presidido esta vez por las autoridades locales, con el patrocinio del Gobernador, Luis Carlos Velásquez, enaltecido -además- con la presencia histórica de la Asamblea Departamental, que efectuará una sesión solemne. Ente estatal de la que hace parte el meritorio, Rubén Darío Giraldo, hijo del inolvidable ‘Virigüizo, mi invaluable compañero de luchas, vilmente asesinado, por lo que propongo poner en consideración una mención especial, como homenaje al inmolado líder; proposición que la Mesa Directiva entregará, en nota de estilo, a la familia. Que así sea.

Sesión engalanada por la masiva presencia de la juventud y el pueblo, pócima que ayudará a aclarar mediante el luminoso, laborioso cultivo de lo fraterno, las tinieblas del miedo, la ojeriza, el desencuentro. Manera -única- de poner de moda la cultura del abrazo, del perdón, que abra las amplias avenidas del entendimiento, crecimiento, desarrollo.

Deshilvanadas palabras que, en el cenit de mi vida, brotan de lo más íntimo del corazón. ¡Salud querida Pensilvania!

03/02/2020

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