Opinion

Bicentenario de Colombia

Por: Mario Arias Gómez

Magno evento que recuerda la liberación de Colombia del yugo español, urgida de emanciparse hoy, del decepcionante Gobierno -que ayudé a elegir-, aclaración dirigida al añoso y desmirriado paisano que, nublado por sus dipsómanos genes, recrimina mis críticas, que considera erradamente, ‘desahogo político’, reiterando aquello que “no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni sordo, el que no quiere oír”.

‘Desahogo’ en que honrosamente fui acompañado la última semana, por la CSJ, que solicitó al INPEC, ‘justificar’ el injustificable trato preferencial al exministro Arias; por la Procuraduría, que citó a audiencia de juzgamiento disciplinario, al malencarado  Macías, por la delictuosa ‘jugadita’, sin que la Fiscalía se pronuncie, hasta ahora, cuestionamientos coincidentes con los más variopintos periodistas que pulsan el sentir nacional, con los que, invitado por el Jefe del conservatismo, me reuní, cuyo epílogo (unánime) fue: “el país va por mal camino, el Presidente no da pies con bola”.

Incontrovertible pesimismo recogido por INVAMER, en que dos de cada tres personas (68 %), consideran reprobable el quehacer del secuestrado mandatario; la economía naranja, un galimatías que no le dice nada a nadie, a excepción del sectario furibismo; simultáneo con la sugerente valoración de, ‘The Economist’, que calificó de “improductiva” la gestión, lo que reclama una reflexión abierta, clara, veraz, sobre lo que hemos sido, somos y queremos ser como nación.  

A la espera del emperifollado recuento de los ríos de leche miel en que navega el país, que hará el inexperto timonel, balance que este incrédulo cegatón, sintetiza, como debacle, turbulencia que censura mi gratuito juez.

Mientras tanto, enmiendo la hipótesis que esbocé el 10 de julio, sobre las eventuales ‘manos criminales’ que pudieron causar el patético incendio de Notre-Dame, apoyado en la cuidadosa investigación de New York Times (18 de julio/2019), que desnuda la serie de errores que desataron la conflagración, descartando -de momento- el supuesto planteado.

Se patentizó que el encargado de monitorear la alarma de humo, llevaba tres días de elegido, cuando la luz roja de advertencia «Feu», parpadeó ese fatídico lunes 15 de abril, quien llamó al guardia, en vez de los bomberos, diciéndole: “Corre a buscar el fuego” que lo hizo en el edificio equivocado. Llamó enseguida al jefe, sin contactarlo. Llevó 30 minutos encontrar el fuego que ya arreciaba en la famosa celosía (ático principal) de antiguas maderas conocidas como «el bosque», el cual estaba fuera de control, colocando a los bomberos frente a una misión -casi- imposible.

La investigación para determinar el culpable y el cómo comenzó, continúa. Lo real es que la devastada catedral -uno de los edificios más queridos y reconocidos del mundo que por milenios ha capturado los corazones de creyentes y no, estuvo cerca del colapso total. Actualmente 150 trabajadores la protegen con dos lonas gigantes, recuperan piedras, apuntalan la estructura medieval, con 850 años. El hecho que continúe en pie, se debe a los enormes riesgos asumidos por los heroicos bomberos.

«Había una sensación de que había algo más grande que la vida en juego», declaró el alcalde del hogar (Cuarto Distrito) de la catedral. Para muchos parisinos, verla en llamas era insoportable. “Nadie pensó -por un segundo- que pudiera suceder».

El arcaico sistema de advertencia, que llevó seis años a docenas de expertos armar, del que se esperaba la advertencia, ¡fuego! y ¡dónde!, además, no disponía de rociadores, ni muros cortafuegos en el altillo, produciendo un mensaje indescifrable, que hizo casi inevitable la calamidad que lamenta el mundo. Los peritos, coordinados por el jefe de ingeniería de protección contra incendios, del Instituto Politécnico de Worcester en Massachusetts, concluyeron: «Lo único que sorprende es que el desastre no ocurriera antes».

A la inexperiencia del guardia de seguridad, se agregó que empezado (7 am) el turno correspondiente, después ocho horas, debió doblarse, porque inesperadamente el relevo no llegó. Agréguese que el mensaje de la alarma fue mucho más complicado que la simple palabra «Feu». Código compuesto de una cadena de letras y números, proveniente de un detector de humo, entre los 160 instalados. No está claro aún, cuánto de esa alerta completa, entendió o transmitió el empleado al guardia, y si la parte crítica se transmitió.

Toda la tecnología, sensible en el corazón del sistema se había deshecho, por una cascada de descuidos y suposiciones erróneas, integradas en el diseño general, dijo, Glenn Corbett, profesor asociado de ciencias del fuego, en el John Jay College of Criminal Justice en Nueva York.

Bogotá, D.C. 07 de agosto de 2019

http://articulosmarioariasgomez.blogspot.com.co/30

 

¡Apostilla historiográfica!

A propósito del bicentenario de la Independencia, el notable, admirado y leído escritor, Gustavo Álvarez Gardeazábal, conspicuo e influyente tulueño, incisivo analista, columnista, político que no traga entero, Doctor ‘Honoris Causa’ en Literatura de la Universidad del Valle, rememoraba ayer (06/08/2019):  “La ominosa actitud del general Santander, cuando se bajó del caballo en Santa Fe, luego de la Batalla de Boyacá, y se pagó por delante, y sin ningún recato, los servicios prestados a la causa libertadora, quedándose con la Hacienda de Hatogrande, expropiándosela a un viejo cura español que era su propietario”.

En gracia a la brevedad y verdad histórica, esclarezco la tradición de la famosa Hacienda en comento, como la expropiación de la misma, de la que fue objeto en 1819, el  ‘viejo curita’, Pedro Martínez de Bujanda, efectuada, no por el General Francisco José de Paula Santander Omaña -conocido como ‘El Hombre de las leyes’, ‘Organizador de la victoria’, como afirma Álvarez Gardeazábal, sino por Simón Bolívar, el ‘Longanizo’ -‘chavista’ de entonces-, remoquete tomado de un ‘descuidado, flaco y desgarbado’ loco santafereño, que los chicheros de ‘Las Cruces’, le adecuaron al libidinoso hipnotizador ‘Padre de  la Patria’.

Fue Bolívar pues, quien le adjudicó a Santander -a su pedido-, la histórica mansión -en ruinas-, de la que fue propietario, primeramente, el licenciado Sanguino, abogado de la Real Audiencia, quien logró le fueran adjudicados -hacia 1550-, unos baldíos de antiguos encomenderos en Chía y Sopó, rebautizados con el nombre de ‘Los Potreros de Sanguino’.

Muerto Sanguino, en 1670, sin sucesión, dichas tierras las adquiere Juan Rodríguez Galeano, quién instala con su hijo un hato, y abren un negocio de mantequilla y quesos, de donde proviene el patronímico de Hato Grande. Terrenos que pasan luego en sucesión, a los hermanos Nicolás y Rosalía Sanz de Santamaría.

De sus herederos, el precitado presbítero español, Martínez de Bujanda, cura de Cajicá, adquiere el dominio. En 1815, es acusado por Bolívar de realista, quien ordena su destierro a Honda y el secuestro de la hacienda, que recupera poco después, tras la reconquista de Pablo Morillo. El 10 de agosto de 1819, regresa triunfante Bolívar a Santafé. Dos días después, ordena detener al susodicho clérigo, y dispone el destierro definitivo, confisca de nuevo la hacienda y la entrega en arriendo a los hermanos, Ambrosio y Vicente Almeida, celebres guerrilleros de Cúcuta, adictos fieles a la causa patriota.

Luego le es adjudicada -a pedido, repito- a Santander, quien coloca en el portal de piedra, una placa que reza: “Esta casa es del General Santander y de sus amigos”. Fallecido Santander, Hato Grande es puesta en venta y adquirida por los hermanos Asunción y Antonio María Silva, el primero, abuelo del poeta, quienes construyeron la actual casa de la hacienda. Muerto el segundo y abierta su sucesión, la adquieren los Suárez Fortoul, emparentados con Santander.

Inmueble comprado por el conocido comerciante de comienzos del siglo XX, don Pepe Sierra, heredada por su hija, Mercedes Sierra de Pérez, quien lega en 1931, parte de Hato Grande al municipio de Sopó y expresa su voluntad de que la casa se dedique a honrar la memoria del Hombre de las Leyes. El Concejo Municipal autoriza al personero, don Rafael Iregui Cuellar, para que, ante la carencia de fondos del municipio para mantener la casa, la ofrezca en venta a la nación. El Ministro de Obras Públicas, Virgilio Barco, quien persuade al presidente Alberto Lleras Camargo de la bondad de la adquisición y lo autoriza, en compañía de Abel Naranjo Villegas, Ministro de Educación, para suscribir la escritura de cesión el 25 de agosto de 1959. Se restaura, es declarada Monumento Nacional y pasa a ser residencia presidencial campestre.

Hato Grande ha acogido una intensa e histórica vida social, política y diplomática. Bolívar, sus ministros, congresistas y generales, la frecuentan con frecuencia. De esa época es la anécdota en la que, al ganar el Libertador una mano de tresillo, comenta: “Al fin me tocó parte del empréstito”; frase que hiere profunda e irreparablemente a Santander, ahondando las diferencias entre ambos personajes que perduran entre sus émulos.

Bogotá, D. C., 07 de agosto de 2019.

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