Por: Mario Arias Gómez
17 abril 2019
A riesgo de fastidiar a los amables lectores, prosigo el deshilvanado análisis del costo humano, social y las multimillonarias pérdidas económicas y los graves perjuicios que las movilizaciones indígenas causaron, calificadas -en principio- de legítimas, aunque deplorable y negligentemente enfrentadas por el Gobierno, ensombrecidas -además- por el trasnochado ‘petrismo’, que trató de aprovecharlas para su trillado proyecto político; minar igualmente la gobernabilidad del Presidente, que desperdició la confianza de la gente que en principio cortejó su “deseo de pasar a la historia, como el mandatario que unió a los colombianos”, anhelo incompatible con el botafuego del lánguido cuasi-bachiller Macías -que pasó de agache-. Perorata que deslustró el acto de posesión. Infame libelo que leyó por encargo del ‘innombrable’ como despedida a Santos.
Desencanto al que se sumó el bonsai gabinete -de desconocidos-, encabezado por el Canciller, que se ha creído presidenciable, tanto, que emprendió -extemporáneamente- su campaña, en desmedro de las funciones que, en pocos meses, demostró su nivel alto de incompetencia, razón de la imparable desaprobación del sordo Gobierno, que ‘no acierta una’; ‘no da pie con bola’; ‘marcha de tumbo en tumbo’; se ‘equivoca’ y ‘rectifica’ permanentemente; nada le sale, al inmisericordemente vapuleado por su gran aliado, el impredecible Trump.
Reveces: El perverso bloqueo de vías, que Duque rejuró -con pies y manos- no permitiría, antecedido del ‘que la hace la paga’, sin que se conozca un solo detenido por la irresponsable y vergonzosa asonada, detrás de la cual estuvo el banal mamertismo criollo, que pregonó como triunfo del socialismo siglo XXI, la humillante arrodillada que representó la aprobación de la extorsiva negociación, lindante con el prevaricato.
El estratégico desbloqueo -momentáneo se anunció- que se dio para asegurar los multimillonarios recursos arrebatados a los calanchines, presididos por la anodina, Min-interior Nancy-Patricia, que se tragó el anzuelo, del suplicado despeje, relamido con la visita y el ambiguo diálogo prometido, por el turbado Presidente, con la farsante dirigencia del paro -aún latente-, sin vetos e impunidad total, en beneficio de los criminales desmanes cometidos, que incluyeron doce personas muertas, 47 heridos y enormes perjuicios patrimoniales.
Lo que deslegitimó -ipso facto- la Guardia Indígena -reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad-, al no contener y tolerar a los ilegales -por complicidad, afinidad, o quién sabe por qué ocultas razones- que para mal cooptaron el movimiento, fortalecido por los mecanismos de representación y vocería incluidos en la Constitución/91, que enriquecieron -se dijo- la democracia, la participación ciudadana. Pretensiones, muchas de las cuales no son posibles de atender presupuestalmente, frente a los inculcados derechos de terceros, o de las propias exigencias o reclamos de las etnias hermanas.
Desairado Gobierno que, a pesar de las advertencias de la Fiscalía, del atentado inminente preparado por sus indeseables anfitriones -elevados a la condición de interlocutores-, la desatendió, y cuál Antonio Nariño (recordaba Álvarez Gardeazábal), viajó -con los pantalones húmedos-, para correr a resguardarse en la blindada aula del Colegio.
A propósito, derrotado el General Nariño, deambuló tres días por entre la espesa manigua del sector de ‘Lagartijas’, mientras corría en Pasto la noticia de su falsa muerte, junto al caballo, desde el cual, maniobró el combate de ‘El Calvario’; señalado entonces de “ateo, masón, hereje, impío, que amenazó destruir a Pasto y sus pobladores, de modo que nunca jamás volvieran a existir”. Paralelo, un nativo lo localizó, siendo apresado -como extraño- por un pequeño grupo de milicianos. Se aseguró que revelaría el escondite de Nariño. Decidido a entregarse, maquiavélicamente declaró: “Me sentiría orgulloso que un pueblo como el pastuso fuera quien me juzgara”.
La población, ávida por la delación anunciada, se aglomeró en la plaza, siendo cautivada por el verbo del soplón que pronunció el histórico: “¿Queréis al General Antonio Nariño? ¡Yo soy el general Antonio Nariño, aquí me tenéis!” Un silencio sepulcral se apoderó de la muchedumbre, distinto a los ‘abajos’ prodigados por quienes se quedaron con los crespos hechos, al no poder adelantar el ‘juicio político’, al escoltado arconte -“Un gran tipo que no ha hecho nada” (Trump)-.
Agréguese el mazazo infligido por la Cámara, al rechazar el intento de conejo -por contundente margen- a la satanizada JEP, ideado por el mentor, en desmedro del principio, universalmente aceptado: “Un jefe de Estado está obligado a honrar los compromisos internacionales, y sus seis objeciones, hacen parte del sistema de justicia contemplado en los Acuerdos de Paz, recordado por la ONU y garantes».
Dilecto ‘primíparo’, ‘subordinado eterno’, que padece la peor ceguera, demostrada, al ambientar y presionar las irracionales impugnaciones.
Bogotá, D. C. 17 de abril/2019
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