Opinion

¡La palabra empeñada! (I)

Por: Mario Arias Gómez

20 marzo 2019

Enseña la cátedra de ética pública, que la política, al más alto nivel, comporta el respeto de la palabra empeñada, entendida como sinónima de escritura pública, que por sí sola, sin firmar papel alguno, basta para afianzar un compromiso, solemnizado con un apretón de manos. Usanza que, en lo político, lo practicaron esclarecidos prohombres, de grata recordación, que la honraban -sí o sí-.

Costumbre que concordaba entre lo dicho y hecho, consustancial con el honor, que sumaba prestigio, entrañaba brillo, confianza, distinción, dignidad, lealtad, probidad; fundamentos del bien común, convirtiéndose -per se- en ley, que pasaba por la grandeza de lo legal.

Conducta homologada de generación en generación, condición -sine qua non- de las relaciones interpersonales; valor social indispensable para quien aspira a conquistar el esquivo favor de las urnas, que además exalta, da notoriedad, popularidad, vitales para triunfar, sembrar fe, optimismo, esperanza que, unidas a la integridad personal, persuaden y convierten al consagrado, en seductor líder, acatado, superior, creíble, predestinado a saborear la gloria de la posteridad.

Palabra que en el pasado se transformaba en deuda, la que, por lo visto hoy, para los oportunistas que en la vida han sido, está en desuso, al cambiar fácilmente, sin sonrojarse y sin ninguna preocupación, de libreto, con sacrificio de la coherencia. Incongruencia, en la que hoy se dice una cosa, y mañana se expone otra. Génesis del actual desencanto, frustración, podredumbre, en el que penosamente bracea la sociedad.

Preámbulo que sobrelleva un cortés reclamo al presidente Duque, quien prometió el oro y el moro, en aras de ganar las elecciones. Pruebas al canto: Ofreció reducir los impuestos, cumplido, pero… para los ricos. Se declaró contrario al ‘fracking’, guardándose que se supeditaba al fraguado criterio de los expertos escogidos por las propias petroleras, desoyendo a los ambientalistas. Aseguró que construiría sobre lo construido. Blablablá para engatusar a electores hambrientos de verdad, -entre los que tristemente me cuento-.

Complacientes «cantos de sirenas», orientados a consentir a las prefabricadas audiencias, con lo que querían escuchar. Astucia que encubrió -de mala fe- los engaños. El último: comprometerse a defender el Acuerdo de La Habana. Anticipó: “no objetaré la ley estatutaria de la JEP, porque no es legalmente posible”; sin embargo, en menos que canta un gallo, se rectificó, forzado por el ortodoxo sanedrín de la escolástica uribista’, cuyo sumo sacerdote, ‘el presidente eterno’, tiró línea: “Dado que no se puede eliminar la JEP, hay que objetar y buscar cambios contrarios a lo decidido por la Corte”.

Trama ejecutada por el analfabeto moscardón, presidente del Senado, hazmerreir que engavetó el proyecto, demoró firmarlo, lo envió tardíamente mutilado a la Cámara, sin algunos apartes. Tramoya en mora -procurador Carrillo-, de ser disciplinada, penalizada. Metodológico desbarajuste institucional, moralmente incapacitante, que valida -para vergüenza-, el estigma de la mala reputación internacional que ronda impensadamente al mal asesorado y peor aconsejado, presidente Duque, inducido a suscribir las contradictorias, discordantes e improcedentes objeciones a la susodicha ley estatutaria.

La inconveniencia aducida -sin sustentarla-, la cimentó, preferentemente, a lo jurídico, de carácter constitucional, simulando de inconvenientes, raciocinios claramente constitucionales, dirimidas oportunamente por la Corte Constitucional, como órgano de cierre. Abreviando: se reconoce que el Presidente está en su derecho de objetar por inconveniencia el proyecto, pero no por inconstitucionalidad, disfrazada de inconveniente. ¿Queda claro? Decisión incremental de la dañina polarización en que vive sumido el país, abandonando de paso, la ofrecida quimera de ser “el Presidente que unió a los colombianos”.

Tan inconsistente, falaz y patético fue su razonamiento, que inmediatamente dispuso que el aprendiz de canciller, fuera a explicar a la ONU lo inexplicable, justificar lo injustificable; lo mismo hizo con el cuerpo diplomático, fallido intento, repetido en una “concentración guerrillera”, en la que pretendió vanamente sosegarlos, con sonrisas y palmaditas en el hombro. ¿Si era tan correcto su dictamen -inquiero- eran necesarias tan insignificantes acotaciones y fingidas carantoñas? La Política -con mayúscula-, requiere de docencia política (deliberar, controvertir, persuadir, porfiar), cuando se lucha por los sacrosantos intereses del país, que no es el caso, alejado de la individualista subordinación al dueño del balón.

Qué dirán desde el más allá, los míticos e insuperables, Alzate Avendaño, Gómez Hurtado, moralmente incuestionables, que trascendieron en su tiempo, a los que Colombia les quedó debiendo la presidencia, ganada por otro en una rifa, a los que las derrotas dejaron incólumes sus ideas, cuya infaltable presencia, nunca dejó de animar los debates políticos.

Se agotó el espacio, más no el tema. Continúa

Manizales, 20 de marzo/2019.

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