EDITORIAL
A principios de la década del 50 del siglo pasado, el caudillo conservador Laureano Gómez Castro, lanzó la expresión el “Oro y la escoria” dentro de la disputa partidista que sostenía con los también caudillos conservadores, Mariano Ospina Pérez y Gilberto Álzate Avendaño.
Laureano se autocalificaba como el único exponente de la doctrina pura del conservatismo. Quienes no estaban con él eran la escoria del partido, lo que no tenia importancia, lo sucio como cuando se separa el oro de lo que no sirve.
Esa expresión hizo carrera en la política y a menudo se emplea para descalificar a los contendores. A finales del siglo pasado y principios de este, en Caldas fue utilizada como estrategia de los grupos independientes para combatir la coalisión yepo-barquista y ganar espacios electorales. Se clasifió a los caldenses entre buenos y malos.
La práctica de esa teoría enrarece el ambiente electoral. En todas las organizaciones politicas hay gente buena, regular y mala. Ellas son el reflejo del país y de nuestra sociedad.
Estigmatizar a un grupo u organiación política con ánimos electorales, no está bien. En todas hay personas valiosas. Por ejemplo, la coalisión yepo-barqusta eligió grandes gobernadores como doña Pilar Villegas de Hoyos, Ricardo Zapata, Tony Jozame, Luis Alfonso Arias, Emilio Echeverry y al propio Guido Echeverri en 2011. A ella también pertenecieron personajes ilustres de la vida caldense como Hernando Yepes Arcila, Augusto Trejos Jaramillo, Olga Rivas de Echeverry, Hernando Arango Monedero, Luis José Restrepo y Oscar Tulio Lizcano hoy representante a la cámara por el Partido de La U, solo por citar algunos. Son muchas las personas que podríamos mencionar y que trabajaron con honestidad y pulcritud por nuestro departamento.
Desconocer esta realidad es negar parte de la historia de Caldas.
Las épocas han cambiado. No se puede acudir al fanatismo del electorado en búsqueda de réditos electorales. No se puede condenar una organización política por rencillas personales con algunos de sus dirigentes. Si algo reclama la actividad política es la decencia y las buenas maneras.
Los debates electorales para autoridades locales tienden a ser muy acalorados; sin embargo, en aras de la pacífica convivencia, es deber de los actores políticos actuar con respeto por las diferencias.
Pasadas las elecciones, todos seguiremos viviendo y compartiendo en el mismo terruño; y quienes resulten electos, serán los gobernantes de todos, no solamente de quienes los eligieron.
La política es para hacer amigos. La diplomacia, tacto y sutileza deben prevalecer. Aprendamos la lección.
Manizales, febrero 17 de 2019.