En Manizales jocosamente se dice que cuando una persona pasa frente al edificio de la gobernación, corre el riesgo de ser llamado para condecorarlo por parte de la asamblea departamental.
07 junio 2018
El martes pasado la plenaria del senado de la república impuso la condecoración, “orden al mérito Gran Cruz en placa de oro” al senador Roberto Gerlein Echeverría por sus más de 50 años en el parlamento colombiano.
Gerlein encarna el más grande ejemplo de politiquería y clientelismo en Colombia. Lo más importante que hizo durante su vida pública fue vivir del erario público. Su carrera parlamentaria sólo fue interrumpida para ser gobernador del Atlántico y algunos años después, Ministro de Desarrollo.
Ningún colombiano recuerda algo importante que haya hecho por el país; al contrario, convirtió al sector público en una fuente de ingresos para su familia y su desempeño congresional fue mediocre y pasó sin pena y sin gloria. Son muchos los registros fotográficos de este senador durmiendo plácidamente sobre su curul. Sin temor a equivocaciones, se puede afirmar que estuvo más de 50 años calentando silla.
Roberto Gerlein tampoco gustaba del trabajo político. Nunca tuvo votos propios, su electorado era producto de una maquinaria bien aceitada económica y burocráticamente manejada por su hermano Julio, quien también fue representante a la cámara por el Atlántico, y gran contratista del Estado. Él era el cerebro y gran arquitecto de esa organización política. Negociaba “lotes” de votos como comprando ganado y garantizaba la elección de su hermano mayor. En compensación, en Barranquilla dicen que, recibía multimillonarios contratos estatales.
Roberto Gerlein, manzanillo por excelencia, se acomodó en todos los gobiernos negociando su apoyo por puestos y contratos. Solo Virgilio Barco en el período 1982-1986 lo puso en su sitio con el esquema gobierno oposición.
Si no fuera por la ambición de Aida Merlano, amiga “muy cercana” a Julio, a quién también hizo representante a la cámara por el Atlántico, quien quiso ser senadora, con el escándalo que todos conocemos, Roberto hubiera repetido senado el 11 de marzo pasado.
Gerlein es el ultragodo y retrogrado por excelencia. Será recordado por su radicalismo ideológico. Pertenece a la organización Tradición, Familia y Propiedad, es miembro de la asociación caballeros de la virgen, se opone a la legalización de las drogas, a la dosis mínima, al aborto y al matrimonio gay. Son muchas sus frases desafortunadas que causaron controversia en sus intervenciones en el congreso. Calificó de excremental el sexo entre varones; en el gobierno de Andrés Pastrana dijo que “las vaginas del Senado se estaban llenando de malos pensamientos”, cuando varias senadoras denunciaron corrupción en el gobierno; y para rematar su paso por el senado, dijo que en su vida no ha conocido las prebendas, y defendió su posición para votar en contra del proyecto que pretendía rebajar el salario de los congresistas.
Las condecoraciones son insignias que se conceden como honor y distinción para exaltar a personas, entidades o instituciones que hayan dejado huella en la sociedad. Desafortunadamente en los últimos tiempos se ha desdibujado su objetivo y se convirtieron en actos de lambonería de quien las propone para congraciarse con el condecorado, su familia o sus amigos. Se entregan como hojas volantes. Perdieron su esencia.
En Manizales jocosamente se dice que cuando una persona pasa frente al edificio de la gobernación, corre el riesgo de ser llamado para condecorarlo por parte de la asamblea departamental.
Son millonarias las sumas que diferentes entidades públicas se gastan año tras años en condecoraciones. Alguna vez en la Cámara de Representantes para controlar esa feria, decidieron que quien propusiera la exaltación, asumiera los costos que ello implicaba. Santo remedio. se acabaron las iniciativas en ese sentido. Es necesario y urgente que se reglamente esta clase de homenajes para que recuperen su importancia y realmente recaigan sobre quienes lo merecen.