Opinion

DE PROTOCOLOS Y OTRAS MÁS

Por: Hernando Arango Monedero, Ingeniero y abogado, empresario, exrepresentante a la cámara, exalcalde de Manizales y Director General del SENA.

01 febrero 2019

En estos días nos encontramos los colombianos entre dos fuegos. Sí! De una parte, están los comentarios de quienes tienen la certeza de que los tales protocolos que se firmaron con el ELN, para adelantar las conversaciones en la Habana, quedaron sin valor una vez que ese grupo facineroso resolvió pasar la línea de la posición de insurgentes a actuar como terroristas, como bien se desprende del acto de barbarie habido en la Escuela General Santander en Bogotá. Otros, consideran que el tal protocolo debe cumplirse a la letra, pasando por alto la tropelía aceptada por el ELN, y por tal razón mal hace el gobierno de Duque al desconocer lo en él pactado y solicitar la activación de las órdenes de captura contra los integrantes de la mesa y los demás altos dirigentes que participaron en el inmediato pasado en las conversaciones.

Desconozco, como creo que igualmente lo desconoce la mayoría de los colombianos, si el tal protocolo permitía, a más de las actividades que podríamos considerar como normales de quién se declara en guerra contra el estado, otras que, como esta, se constituye en acto de lesa humanidad. Sí, desconozco si hubo quién, en la anterior administración, aceptó que una disposición de tal naturaleza quedara consignada expresamente allí. Creo que, salvo una cláusula que considerase una excepción de esa naturaleza, no cabe en la mente de alguien con buen juicio, que el Estado pueda pactar con un grupo terrorista conversación alguna, prebenda o tratamiento especial.

Lo cierto es que el actual gobierno se ha negado a adelantar cualquier conversación en la mesa de la Habana, en tanto el ELN mantenga ciudadanos secuestrados y adelante acciones de guerra. En ese sentido, todos tenemos claridad, de ello no cabe duda. Desde luego que tampoco nos debe caber duda de que no vale la pena sentarse a conversar con quien da pocas muestras de tener disposición de llegar a acuerdos. Usualmente nos sentamos a dialogar sobre un arreglo, o sobre un negocio, si la contraparte tiene un mínimo de intención de lograr un acuerdo. Acuerdo que tiene que tener una ponderación que denote que el acercamiento es posible. Eso lo sabemos todos, tanto es así, que de allí se deriva el regateo, norma en la vida diaria de nuestra gente. Se pide un precio por algo, y si en la contraoferta sale una respuesta contundente, ni nos tomamos el trabajo de seguir hablando. Más, si la contraoferta da una posibilidad de acuerdo, pacientemente se busca ese acuerdo que permite la realización de la transacción.

En el juego de la oferta y la demanda, la apertura y la receptividad a las propuestas es lo que permite la posibilidad de acuerdo. De allí que la respuesta del ELN, con su determinación de recurrir al terror, es más que suficiente y motivante para un “ni para qué hablar”. Mucho tendrá que hacer el ELN para que los colombianos veamos en ellos voluntad de lograr un acuerdo, acuerdo que no podrá partir de truculencias, tales como carros bomba, secuestros y masacres de indefensos ciudadanos o celadas a los representantes del Estado en la preservación de la seguridad, la salud y el orden.

Finalmente resulta curioso, que quienes hoy son partidarios de que el tal protocolo sea cumplido a pie juntillas, en tanto defienden su tesis, por otro lado condenan el execrable acto terrorista. Diría uno que, por una parte, aceptan que sobre los autores intelectuales no caiga el peso de la ley o la negativa a dialogar, por el otro lado condenan lo que en cierta forma se acepta como pactado y que debe der respetado. Vaya dicotomía, piensa uno.

Bueno: ¿Y cómo recomponer el proceso? Porque es claro no podemos seguir matándonos atrás de una filosofía o un sistema político o un maniqueísmo estéril.

Manizales, enero 30 de 2019.

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